Por Francisco Cubides
Si cada poema se escribiera con números y no con palabras, aunque no fueran abstractos, las estrofas serían largas paradojas infinitesimales que alcanzarían a mover el péndulo del insomnio.
Hellman Pardo
Según el matemático francés Henry Poincaré, el descubrimiento matemático es el proceso por el cual «la mente humana parece tomar menos prestado del mundo exterior, y en donde actúa, o por lo menos así lo parece, sólo por sí misma y sobre sí misma». Esta definición, de igual modo, me parece aplicable para caracterizar la experiencia de lectura de la poesía. El poemario Física en estado sólido lleva la mente de los lectores a un viaje donde el descubrimiento de la soledad de los números nos hace sentir infinitos. Volamos sobre sí mismos para pensar qué pájaros están cantando en π. Descubrimos, con alegría, que, como el cero, siempre estamos a punto de ser, aunque todavía no somos. Para descubrir un aspecto científico o poético hay que entrar realmente en las cosas. El primer paso de esta entrada es la observación. Observar el mundo como poeta o matemático es traducir la belleza a otro lenguaje cuya lengua desconocemos. El segundo paso es el deleite de descubrir, es decir, endulzar la piel de los objetos, desnudándolos de su silencio para hacerlos hablar. La poesía y la ciencia, como el polvo divino, se funden en la especulación poética. En este poemario la ciencia adquiere un cuerpo que no es el suyo y, a través de él, actúa como poeta. La ciencia es la poesía.
El poeta y el matemático tendrán una nueva tarea después de leer a Hellman: escribir de espaldas a Dios, trabajar juntos para construir una escalera que con un peldaño por fin atraviese al cielo o hacer un hipódromo, como dijo Hellman, «donde corran los ángeles de la locura». El matemático selecciona hechos; el poeta, los crea. El científico se pregunta qué es el tiempo y cómo podemos experimentarlo. El poeta moldea el tiempo, hace de él el material del poema. Pero ambos hablan en el lenguaje de Dios. «Si cada ecuación se escribiera solo con palabras y no con números-letras [palabras desorientadas] … la geometría sería una fosa por donde emergen permutaciones, matemáticos, poetas». El mundo es caos, permutaciones, la teoría del caos así lo demuestra: «una entidad sin forma, como la lluvia que no termina de caer». Como el caos nace del orden, nuestro corazón debe ser un elefante a punto de reventarse dentro de la imaginación de un niño. Es así como el mundo se creó. No fue Dios ni el barro. Fue la poesía, el número. Los números hacen ruido y «dan cuerda al mundo» y la voz es como el ruido, «el ruido blanco» del que hablan los poemas de Pardo. La épica de la creación es responsabilidad de los electrones. Se excitaron los electrones de Adán y los de Eva y ya no necesitaron a Dios. «Cualquier gato encerrado en una caja es un dios que no puede multiplicar los peces». Ante la inspiración que da comer del árbol del conocimiento, Adán descubrió que el astato es «una aparición, un prefantasma» y Eve, por su parte, se percató de que las bacterias andaban ciegas y extraviadas, como nosotros…
La medida de un metro para Hellman puede ser «treintainueve, treintaisiete pulgadas en una escalera sin peldaños» y una escalera, la primera máquina contra el hambre, el instrumento de nuestra liberación. Una escalera puede tener o no un punto de llegada, puede ser una de sus partes, por ejemplo, las barandas, o puede que nunca se haya construido. Y, sin embargo, ¿quién no quiere una escalera? ¿Quién no sueña con volar alto con las rodillas hechas peldaños? Una escalera puede ser cualquier cosa, pero definitivamente la queremos porque nos eleva cuando nuestras piernas se han acostumbrado, como dientes, a morder el barro. Una escalera es ante todo una prolongación de nuestra imaginación, es por eso que, en realidad, no nos importa perder los estribos con tal de subir, aunque no sepamos si vamos a morir en el intento.
En este poemario hay muchas maneras de contar: infinitas, infinitesimales, poéticas, narrativas, históricas. Todas ayudan a que el lector se vuelva sobre sí mismo a pensar, a imaginar. El lector descubre por la intuición y con la ayuda de Hellman que siempre está dispuesto a compartir, con los fórceps del saber universal, una biografía, un hecho científico, lo que oculta un número o una teoría. Los lectores de Física en estado sólido agradecemos un poemario que irrumpa en la tradición literaria colombiana, pues son pocos los libros en la poesía de nuestro país en los que se configure mundo a partir de la unión de la ficción, la ciencia y la poesía. En este poemario todo se desborda: el centro es la periferia. Un buen poemario es aquel que deja preguntas a la imaginación. Y este, sin duda, deja muchas. No sé, con certeza, de qué manera hablaran los objetos que me rodean mientras escribo esta reseña, pero ahora siento que intentan decirme algo. ¿Tal vez se comunican por números o prefieren las palabras? ¿O tal vez el silencio? Puede ser que descubra la forma de comunicación de los objetos o que no lo logre en el primer intento porque para lograrlo aún hace falta una relectura del poemario. En todo caso, quiero escuchar el rumor de los números, el fuego, las bacterias y eso se lo debo a este libro.
Hellman Pardo Bogotá. Entre sus reconocimientos se encuentran los Premio Nacionales de Poesía Casa Silva, Eduardo Cote Lamus, Festival Internacional de Poesía de Medellín y Ciudad de Bogotá (en 2020 por su libro Física del estado sólido). Sus libros más recientes: Reino de Peregrinaciones (2018), la antología He escrito todo mi desamparo (2019) y la novela Lecciones de violín para sonámbulas. Es editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida
Francisco Cubides Bogotá, 1998. Estudiante del pregrado en Creación Literaria de la Universidad Central. Diseñó el taller de lectura Democracia y literatura en la Casa de Juventud José Saramago. Participó en el Taller Distrital de Cuento de Bogotá.