La Cerbatana

Las cartas del Boom: el barco ebrio de la amistad

Por Nicolás Pernett

Al igual que los tres mosqueteros, los miembros del Boom eran cuatro. Y como los miembros de la Guardia Real inmortalizados por Alejandro Dumas, también los espadachines del Boom vivían “todos para uno y uno para todos”. Así los muestra en todo su esplendor un reciente tomo de cartas entre sus cuatro protagonistas, reunido por el cuarteto de críticos y biógrafos Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos.

Durante décadas se ha debatido sobre la definición del Boom, sobre sus integrantes definitivos y sobre las características que hermanan sus obras. Luis Harss, José Donoso, Ángel Rama, Xavi Ayén y un largo etcétera de autores han tratado de determinar si a los novelistas del Boom los unieron las causas políticas de la América Latina de los años sesenta, la coincidencia generacional, alguna propuesta artística conjunta, los editores y agentes españoles, los premios internacionales, las listas de superventas o una mezcla en diferentes grados de todos estos elementos. Después de leer estas cartas, que van de 1955 a 2012, uno queda con la impresión de que lo único que los unía era la amistad, algo tan voluble y poderoso como el deseo de ser amigos.

Si comparamos las “coincidencias” entre estos cuatro autores, encontramos que alguien como Julio Cortázar, nacido en 1914, estaba más cerca de los viejos del siglo XIX que de la generación de Mario Vargas Llosa, y que la pragmática visión liberal de este y su literatura realista no podían estar más lejos de la utopía igualitaria y los cuentos fantásticos del argentino; o que la extroversión intelectual del mexicano Carlos Fuentes era todo lo opuesto de la timidez de su cuate García Márquez, cuyas ventas, además, nunca pudieron compararse con las del resto del grupo, primero porque eran demasiado bajas y, después de Cien años de soledad, porque no podían ser alcanzadas por las obras de ninguno de sus contertulios. Entonces, si no era la edad, el estilo, el éxito o una única ciudad, ¿qué hacía al Boom? Simplemente: el deseo de cuatro escritores de ser compañeros de ruta y de armar, por más de una década, una “pachanga de compadres” de la que todavía se habla.

Como en toda pachanga, hubo invitados que entraban por la puerta principal, otros que caían a la fiesta casi por casualidad, hubo sillas inamovibles para los anfitriones de la fiesta, como la catalana Carmen Balcells, y hubo una larga lista de otros escritores a los que ni siquiera invitaron, aun si compartían coincidencias evidentes con alguno de los dueños de la fiesta. Así de simple: no hicieron parte del Boom porque no les mandaron la carta.

También, como en cualquier fiesta cuando los tragos han hecho efecto, los integrantes del Boom se intercambiaron muestras de cariño desenfrenadas, como hacen los borrachos en el paroxismo de los afectos: “Las armas secretas es el tomo de cuentos más excelente que se ha escrito y publicado jamás en América Latina” le dice Fuentes a Cortázar, y este, a su vez, le alegró los días a Fuentes con comentarios sobre su novela, como cuenta el mexicano: “Julio me escribió una carta sobre Cambio de piel que he puesto en un marquito: es de esas cosas que te compensan de cuatro años de garabateo solitario”. Por su parte, Vargas Llosa responde con emoción (con la emoción de la que es capaz el peruano) las porras que Fuentes le echaba: “Me ha emocionado profundamente todo lo que dices de mi novela, y cada vez que me siento deprimido, la releo como quien se toma un estimulante”.  En 1967, las felicitaciones adquieren un cierto parecido a la adoración cuando García Márquez publica Cien años de soledad. “Te confieso que me siento aplastado”, le dice Fuentes, “es la misma impresión que se tiene leyendo la Biblia o los trágicos griegos: todo se ha dicho, el verbo ha encarnado”.  

Este poder arrasador de la amistad, que calentaba los inviernos y estimulaba la depresión, llega a tener propiedades mágicas a los ojos de un fabulador como García Márquez, quien le dice a Fuentes que “Mercedes descubrió que el dinero rinde más cuando lo esconde entre las páginas de La región más transparente. Y si las esposas de los escritores del Boom decían algo, esto era tomado más en serio que las afirmaciones de sus ensoñadores hombres. Por eso, Cortázar, consciente de su parcialidad a la hora de juzgar a sus amigos, aclara que cree que acertó al ensalzar a La ciudad y los perros, pues este también le gustó a su esposa, la traductora Aurora Bernárdez: “Para mí fue una gran alegría que mi mujer sintiera exactamente lo mismo que yo, porque es una crítica severa y tiene sobre mí la ventaja de que es más desapasionada y toma sus distancias y juzga objetivamente”.

Como pasa en cualquier convite, las cartas del Boom también muestran el momento en el que la euforia da paso a las confidencias y los invitados empiezan a desahogar las amarguras de la vida o del oficio, que para estos autores eran lo mismo. Todos, en algún momento, se quejan de lo difícil que es escribir teniendo que trabajar en lo que salga para mantener a sus nacientes familias: que unas clasecitas por aquí, que la adaptación de un guion de cine por allá, que la beca de alguna universidad o un premio literario si se tenía suerte, que la publicidad para García Márquez o las traducciones para Cortázar. Con razón la mayoría de ellos terminaron pastando felices a los pies de la mamá grande catalana que les prometió que podrían dedicarse a nada más que a escribir.

Eso sí, aunque todos tenían dificultades para vivir, al parecer no las tenían para viajar, pues estos escritores demostraron que se sentían coterráneos de todos los hombres del planeta: desde los indios de la selva amazónica hasta los indios de la India. Por ese mismo motivo, mucho se quejaban de la pobreza de sus respectivas escenas nacionales y de lo bajito que volaban sus críticos aún apegados al terruño mientras ignoraban el ancho y ajeno mundo. Como le dice Cortázar a Fuentes: “Los apóstoles del ‘no te apartés del rincón / donde empezó tu existencia’ no nos perdonarán que hayamos tomado vino en Budapest, y que tú, en la página 121, por ejemplo, puedas enumerar con tan soberano derecho nombres de calles y de estaciones que te pertenecen por derecho propio, porque eres de la raza de los hombres aux semelles de vent”.

Como en toda parranda potente, también llegó un momento en el que los estimulantes de la fiesta los hizo sentir todopoderosos, y en las cartas se puede ver cómo los integrantes del Boom maquinaron proyectos más grandes que sus posibilidades. García Márquez y Vargas Llosa hablaron largamente de planes para escribir una novela a cuatro manos sobre la guerra colombo-peruana de 1932, de la cual no llegaron a disparar ni las primeras letras. Tampoco se cumplió, aunque avanzó un poco más en su planeación, el proyecto de Carlos Fuentes de publicar un libro sobre los dictadores de América en el que cada autor del Boom escribiera un capítulo. Al final, estos proyectos se terminaron cumpliendo indirectamente, pues varios de estos autores escribieron novelas sobre sus respectivos dictadores, y García Márquez y Vargas Llosa no escribieron una novela juntos, pero vivieron un novelón que incluyó cainismo, traiciones, un famoso ojo morado y promesas cumplidas de rencor eterno.

Al final, cuando la pista estaba llena de bailarines y los mejores tragos no dejaban de desfilar, se empezó a anunciar que pronto la fiesta habría de terminar, o que por lo menos algunos de sus invitados empezarían a llamar sus taxis. En el libro este quiebre se nota con claridad en el otoño de 1968, cuando en las cartas se habla no solo del final del matrimonio Cortázar-Bernárdez (a quienes Vargas Llosa consideraba la “pareja perfecta”), sino de las suspicacias que está causando la manera en que se ha manejado el caso del poeta Heberto Padilla en el seno de la Revolución cubana (que muchos consideraban la revolución perfecta). Después de este momento, las cartas se empiezan a llenar de largas disertaciones sobre cómo salvar el proyecto político cubano, apoyarlo desde la distancia en el curso que tome o alejarse definitivamente de él. No dejan de leerse muestras de afecto y grandes reflexiones sobre el ejercicio de la escritura, como en toda la correspondencia del libro, pero al final es evidente que la política ha terminado por copar buena parte de las conversaciones, como cuando en la parte más borracha de la charla uno se pone a arreglar el mundo y lo que termina haciendo es peleándose con sus mejores amigos.     

Lo irónico es que los hilos que mantenían unido al Boom se van descociendo cuando los lazos parecían estrecharse más. Al comienzo de los setenta, casi todos vivían a pocas horas de distancia, eran invitados a los mismos congresos, eran jurados en los mismos concursos, escribían en las mismas revistas e incluso Vargas Llosa estaba haciendo una tesis de doctorado sobre García Márquez. Pero, como ya había anunciado proféticamente Cortázar en una de sus cartas: “la manera más segura de desunirse consiste en agruparse”, y para finales de esa década algunos de ellos no se podían ni ver o apenas se toleraban en nombre de los buenos ratos vividos. Como toda explosión, el Boom terminó por disgregarse. No obstante, es inevitable seguir recordándolos en grupo, como en esa única foto que se conserva de todos ellos y que se incluye en su volumen de cartas. Como le dice Carlos Fuentes a García Márquez, pocos meses antes de morir, en el último de los mensajes recogidos aquí: “Nuestras vidas son inseparables”.

Después de esta conmovedora despedida, los editores de Las cartas del Boom tomaron la decisión de añadir un par de apéndices innecesarios, en los que se reproducen reseñas críticas que escribieron los unos de los otros, así como algunas de las cartas que firmaron en grupo protestando o apoyando alguna causa política. Aunque sean escritos por los mismos autores del resto del libro, estos documentos públicos y apergaminados son lo contrario de la correspondencia, que es desenfadada e íntima, por lo que estas páginas desentonan un poco con el resto del tomo. Sin embargo, nos sirven para hacer una última comprobación acerca de los motivos detrás de las decisiones políticas y estéticas del grupo: también en estos campos parecían guiarse más por simpatías y aversiones afectivas que por criterios estéticos o reflexiones intelectuales. En eso, se parecen a cualquier persona con corazón que encuentra razones para criticar a quienes encuentra antipáticos y apoyar a quienes quiere, ya sea Fidel Castro o cualquier causa que parezca de izquierda en los casos de García Márquez y Cortázar; o los plutócratas mexicanos y las instituciones estadounidenses en los casos de Fuentes y Vargas Llosa. No es que algunos de estos escritores hayan cambiado de ideas, es que dejaron de frecuentar a los viejos amigos y se hicieron a otros nuevos que marcaron sus caminos. Así de poderosa y voluble es la fuerza del barco ebrio de la amistad. 

Ficha del libro: Las cartas del Boom, 568 páginas. Editorial Alfaguara (2023)

Nicolás Pernett: Historiador y magister en Literatura. Premio Simón Bolivar de periodismo. Autor de Presidentes sin pedestal. Una historia cínica de los gobernantes de Colombia.

            

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