Reseña sobre La familia de Sara Mesa por Cristian Garzón
Sara Mesa en su etapa inicial escribió libros alegóricos, elusivos, que a partir de escenarios distópicos o imaginarios hablaban de sus temas: la soledad, el desarraigo, la violencia, las relaciones de poder, la exclusión. Así, en sus primeros libros hallamos ciudades abandonadas o internados ominosos, es decir, espacios imprecisos. No obstante, de un tiempo en adelante sus narraciones se ubican en espacios reconocibles, referenciales; en una clave más realista. Este viraje en su creación podría situarse a partir del 2016 con la publicación de su segundo libro de cuentos: Mala letra. Toda su producción previa, que inicia en 2008, estuvo vinculada a una literatura anticipatoria y especulativa.
No quiero con esto dar a entender que son dos modos excluyentes de escritura. Sara ha expresado en diversas entrevistas que en sus primeros libros ese sustrato alegórico era una forma de protegerse. Sus temas y sus personajes son espinosos y ella lo supo desde muy temprano. El desenfado, el desparpajo vino después. Pero siempre se mantuvo hablando de sus temas, solo que antes en un código más simbólico y cifrado, y ahora en uno más descarnado. Uno de sus temas recurrentes, según mi perspectiva, es el de la normalidad. Leerla es hacerse preguntas sobre lo “normal”. Qué tipo de relaciones son señaladas y por qué. Los marcos de normalidad establecen desde sus paradigmas que todo lo que se quede por fuera es extraño, inaceptable. Y en ese rincón de lo inaceptable, de lo repudiable socialmente y de lo extraño es donde muchas veces hurga Sara Mesa, como quien hunde el dedo en la llaga y se ensaña.
Cara de pan y Un amor
Sus dos novelas previas son muestra de las afirmaciones anteriores. Para un ejemplo, la polémica Cara de pan publicada en 2018, en donde una niña de 13 años (casi 14) acomplejada por su peso, con unos padres distraídos, que odia el colegio, decide capar clase para siempre. El otro personaje principal es un hombre mayor que ha pasado por psiquiátricos y vive solo, aficionado extremo de los pájaros y de Nina Simone. Ambos (la niña y el viejo) se encuentran en el parque donde ella va a pasar, escapada, la jornada escolar escuchando música en sus audífonos. Todos las mañanas se ven. Imaginamos que se tratará de una historia de acoso o pedofilia, cosa que nunca ocurre. Crean una amistad íntima de respeto y empatía. La niña, que no tiene novio y la llaman cara de pan por sus cachetes grandes, es quien termina intentando tocar al viejo e invitándolo a hacerle lo mismo sin éxito, ya que, se podría suponer, el viejo debido a su autismo no tiene intereses sexuales.
La narración ocurre en un espacio circunscrito muy preciso: detrás de unos árboles que los cubren de la mirada pública. Esa demarcación también termina concentrando los hechos que se narran. Hablan como dos niños. No se preguntan casi nada acerca de sus vidas. Ven pájaros con binoculares, los clasifican por el sonido de sus cantos. Cuando descubren al viejo y a la niña, luego de tres meses en los que ella ha faltado a clase, a él lo acusan de pedofilia aun siendo inocente.
En Un amor (2020) una mujer que llega a un pueblo sola es mirada con recelo. Nat es una traductora que no sabe el porqué de su deseo de irse. En La escapa conoce a un hombre que le pide sexo a cambio de un arreglo para su techo. Ella accede. Termina en un romance con el tipo que quiso usarla como un objeto intercambiable. La historia deriva en un desencuentro amoroso. Un perro que Nat decide adoptar durante su estancia muerde a una niña y es sacrificado. El dueño de la casa donde vive, su arrendatario, intenta violarla. Son una serie de hechos que parecen salirse de sus manos. Todo empieza con un robo que hace en su antiguo trabajo. No sabe por qué lo hizo y huye.
La transformación que sufre Nat la mantiene “encerrada en lugares oscuros y laberínticos”, pues parten de su confusión existencial. Sin embargo, ella, sin darse cuenta, va dando con algunas claves de su extravío. En algún momento “Comprende que no se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente, mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad.”
Un amor es todo menos una historia de amor. Es, de nuevo —como suele pasar en las novelas de Sara Mesa—, una exploración de abismos. En esta novela, como en Cara de pan, lo que hay es una violencia subterránea, de Nat contra sí misma pero también del pueblo y, en especial, de los hombres contra ella. También en Cara de pan hay violencia de parte de la niña ejercida sobre el viejo y, luego, de la sociedad en contra de este personaje víctima de las circunstancias y los prejuicios.
La familia
Al inicio de la novela una voz le habla al lector, acerca de una casa le dice:
“Mírala desde el ojo del sueño. El pasillo como centro geográfico y frontera. Estancias a los lados. Recórrelo sin ser vista, de una punta a otra. O cruza, de una habitación a la de enfrente, mediante un salto limpio. Arriésgate a entrar. Quizá ya hay alguien dentro, no lo sabes. En caso de que sí, calla, recula. En caso contrario, no eches el cerrojo. No hay cerrojo”.
Y más adelante le pide: “Mira con atención, pero no digas nada”.
No decir nada, callar, enmudecer, eso es lo que atravesará La familia (2022): el halo de mudez con la que el sumiso acepta lo que impone el déspota.
Se trata de una familia compuesta por Padre y Madre —así, sin nombres— y por sus hijos: Aquilino, Damián, Rosa y Martina, una sobrina huérfana que deciden adoptar. En apariencia es una familia ordenada, con hijos diligentes y padres atentos. Pero desde el segundo capítulo, cuando la voz en tercera persona empieza a narrar qué pasa dentro de esa casa que con tanta vehemencia nos pedía mirar, ahí se comprende que algo no anda bien. El padre le arrebata su diario a Martina y le dice que en esa familia no se aceptan secretos, ya que el cuaderno cuenta con un candado. El padre pide leer todo lo que Martina escriba y obliga a los demás a confluir todas las tardes en la sala para compartir tiempo juntos, como si se tratara de un panóptico para tener a los reos bien vigilados.
Después de esta escena donde se condensan tantos elementos alusivos a un problema grande, la narración va hundiendo el dedo en la herida al estilo de Mesa. Desde la polifonía y los saltos temporales se configura una visión completa de lo siniestro que es el padre y de su rígida visión de familia.
Damián es obligado por Padre a ir de puerta en puerta pidiendo dinero para una causa benéfica, ya que Padre, que es abogado, está obsesionado con ayudar a personas socialmente vulnerables. El mayor referente de Padre es Gandhi, a quien se debe alabar y acatar en sus preceptos. Una casa de gente de bien. Por eso cuando Aquilino dibuja a Gandhi con cuerpo de langosta, recibe una cachetada. Damián, cuya timidez lo lleva a claudicar en la recolección de dinero para niños con síndrome de Down, con tal de contentar a Padre, decide coger todos sus ahorros y dárselos, fingiendo que es dinero adquirido en las visitas a los barrios en donde se paralizó por el miedo de golpear en la puerta de casas ajenas y hablar con desconocidos.
Complacer a Padre, obedecer a Padre, hacer que se sienta conforme es la esencia de esta familia: ¿y cuántas no se tratan también de eso? La llegada de elementos o personas que perturben el orden impuesto, llevan a Padre al borde de un ataque de nervios. Es lo que ocurre cuando se queda por unos días el hermano de Madre, quien habla sin tapujos y utiliza malas palabras, quien toma licor en la cena (en una casa donde están prohibidas ese tipo de bebidas), quien hace chistes de mal gusto sobre caca y pedos, quien no visita museos cuando viaja a ciudades nuevas, quien pronuncia mal a propósito palabras como intierro, almóndiga, mondarina en una casa donde las palabras deben ser bien pronunciadas y la ortografía impecable. Tío Óscar hace todo eso a sabiendas de que está provocando a Padre, quien odia al tío aunque los niños lo amen, pues les trae regalos y les enseña una forma de ser que ellos no imaginaban posible. De hecho, tío Óscar le regala a Martina un juguete popular compuesto de ropa y joyas, que Padre la obliga a devolver para cambiarlo por algo edificante: un libro de mamíferos. Porque para Padre es evidente que tío Oscar no sabe qué es apropiado para una niña de la edad de Martina.
La madre, como ocurre en la familia patriarcal tradicional, es la principal víctima. Madre, se le dice al lector, proviene de una condición social humilde. Es obligada por su marido a parir más de un hijo porque según él: entre más hijos una familia es más familia. Dos hechos aglutinan la violencia que se ejerce contra esta mujer. El primero, el estrés postparto que le sobreviene cuando tiene a sus primeros hijos. Es un período sórdido para Madre en el que ella no puede ni amamantar a sus hijos, ni levantarse de la cama. A Padre no le importa, quiere tener más y más descendencia sin importar los daños que esto acarrea para el cuerpo y para la psiquis de la madre, que se convierten en un territorio de saqueo productivo. “Parirle hijos al sistema y si la tripa aprieta / aprender a vivir callada la pobreza”, dice la rapera guatemalteca Rebeca Lane. Es lo que le ocurre a Madre, quien no puede protestar, además, por la inaudita precariedad en que viven aun con el trabajo de abogado que tiene Padre. ¿A dónde se va el dinero que gana el abogado? El otro hecho, más bien la otra escena que permite evidenciar la situación de Madre, es un momento donde ella se atreve a confesar que solo una vez, antes de casarse con Padre, tuvo sexo con un chico en su juventud. Padre, luego de la confesión, prácticamente la viola con rabia, como si quisiera vengarse de su impureza, fruto de lo cual ella queda embarazada de uno de sus hijos.
En esta familia se duerme temprano, a las once por tarde, sea lunes o viernes, verano o invierno. En esta familia la palabra sexo no puede ser pronunciada, la x explota con efervescencia si lo haces. Tener novio también está proscrito. La Rosa adolescente lo sabe, por eso, en complicidad con Martina, se escapa de noche para ir a una fiesta con un chico que conoció hace poco tiempo y con el cual se besa sin parar mientras van tambaleando por la calle. Al volver, en la madrugada, un vecino borracho intenta abusar a Rosa en un callejón, pero unos chicos lo ven y alcanzan a avisar a la policía. Rosa solo piensa en que debe llegar a tiempo porque Martina la está esperando para abrirle la puerta en silencio y a escondidas. Rosa sabe que si no llega a tiempo estará perdida. Si Padre se entera que pasó afuera la noche podría ser su fin. Por lo tanto, Rosa huye, aunque los policías le insistan en que debe poner un denuncio. Ella solo atina a decir que la están esperando y sale a correr a toda prisa.
Una mujer debe ser casta y salir de noche es de disolutas, de licenciosas, de putas. Esa palabrita: puta, que ha justificado tantos feminicidios y tanta violencia de género. Con esta novela y con los personajes de Rosa, Martina y Madre queda claro que el enemigo más letal y más peligroso para una mujer, muchas veces, es su propio padre, su propio esposo. Es más fácil que un padre violente a una hija a que la violente un guerrillero, para ponerlo en esos términos.
Las consecuencias del autoritarismo absurdo del padre también recaen sobre los hombres. En el caso de Damián, en un capítulo que se adelanta al futuro, lo vemos convertido en un adulto acomplejado, solitario y obeso. Padre siempre juzgó su obesidad con dureza. En un momento, Padre obliga al Damián adulto a romper su posesión más preciada: su colección de cómics. El yugo no termina con la infancia. Esto se cuenta desde el punto de vista de una vecina, Clara, quien se encuentra con Damián en el bus hacia el trabajo. Terminan entablando un acercamiento que tiene trazas de romántico. Damián un día le dice que no pueden volver a hablar, pues su padre piensa que ella y su madre (la madre de Clara) son un mal ejemplo, unas personas mezquinas y despreciables. Clara no puede creerlo. Quién no ha vivido algo similar cuando se cruza con el hijo de algún régimen paterno dictatorial de este tipo.
En un capítulo hacia el final las dos niñas (Martina y Rosa) se esconden en el armario del cuarto de los padres, aterrorizadas pero curiosas. Ven entrar a Padre y lo ven llorar, lo ven sacudirse del dolor. Ellas nunca vieron llorar a Padre, quien se muestra de plomo siempre. Es una escena donde cabría recordar aquella consigna del inicio: mira, pero no digas nada. El lector se convierte en un testigo ocular de las zonas más oscuras de esta familia, quizá por eso la voz le dice, con esa complicidad y esa tensión, que mire y no pierda ningún detalle, que mire, aunque corra riesgo, que mire y no deje de hacerlo.
La prosa de Sara Mesa es directa, sin adornos, aparentemente sencilla de leer, se suele decir. Pero su prosa clara, precisa y comunicativa no genera libros superficiales donde se le dé al lector todo mascadito. Hay amabilidad en la forma, pero el contenido es inflamable. La profundidad de las novelas de Sara Mesa no proviene del juego retórico sino del punto de vista desde donde surgen las historias.
En Cara de pan está la niña gorda que acosa a un anciano autista. En Un amor está una mujer que permite una especie de violación ambigua y consensuada (con todo y lo contradictorio que suena). En La familia el abuso de poder del padre llega a extremos destructivos e irreparables. El horror de las relaciones humanas posee el carácter de lo inmediato en la obra de Mesa. Es probable que, por dicha razón, esta etapa realista de su obra sea la más despiadada, porque pone toda la oscuridad que implican las relaciones de poder en el plano de lo cotidiano. El horror ocurre frente a nuestras narices.
(Algunas reseñas relacionan los libros de Sara Mesa con el cine, especialmente con el movimiento Dogma 95, que apuesta por una estética desaliñada y sin artificios técnicos para ofrecer al espectador películas viscerales y crudas, tan crudas que es difícil verlas. ¿Quién no ha sentido escozor al ver alguna película de Lars Von Trier? En otra reseña donde también se vincula La familia con el cine, afirmaban que esta tiene vasos comunicantes con Canino, la película de Yorgos Lanthimos. Estas dos comparaciones me parecen acertadas y dan en el blanco de lo que se siente leer a Sara Mesa. Es una estética sin adornos y con un contenido explícito y salvaje).
La familia es el retrato de todo menos de una familia armoniosa. A nivel de poética, Sara Mesa afirmó que esta quizá es su mejor novela. Cuando publicó Un amor dijo que quería en su siguiente novela hacer hablar más a los personajes y que hubiese más puntos de vista. En esta nueva novela lo logró con creces. Novela polifónica que se desliza al pasado de la familia, cuando todo estaba por ocurrir; avanza hasta el futuro, cuando la familia se ha desintegrado y la decadencia irrumpe. No es una narración lineal, ni con un foco estático: se pasa de la tercera persona a la primera en varios capítulos. No diría que es un avance porque no percibo en esos términos la literatura, pero sí concibo esta novela como una ampliación de la obra de Mesa, que sigue desacomodando al lector. Con obras como esta toma vigencia la afirmación de David Foster Wallace de que la literatura debe “perturbar a los serenos y serenar a los perturbados”.
Cristian Camilo Garzón
Nació en Bogotá en 1997. Es estudiante de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Pedagógica Nacional. Ha publicado ensayos y crónicas en las revistas: Puesto de combate, LALT, La raíz invertida, Los hermanos Chang; también ha publicado microrelatos en antologías de la editorial Quarks y en la revista Plesosaurios de Perú. Actualmente codirige la editorial independiente Totuma Libros.