La Cerbatana

Kentukis, o de la privacidad en la era de internet

Por Jesús Ovallos

En plena era digital, en tiempos en que la información se transmite de inmediato y se habla del Internet de las cosas, la línea que divide la esfera pública de la privada se difumina cada vez más. Este es el punto de partida para Kentukis, de la escritora argentina Samanta Schweblin, que sigue demostrando por qué es una de las escritoras más interesantes y prometedoras de su generación.

Publicada por primera vez por Random House para Argentina en octubre de 2018, Kentukis narra el auge de unos simpáticos muñecos de peluche que tienen la peculiaridad de estar dotados de una cámara, un micrófono para transmitir la voz de su amo y unos medios de control a distancia. Quien desee controlar a un Kentuki debe comprar un código que le permitirá conectarse con alguno de estos peluches, al azar, en cualquier lugar del mundo. Por otro lado, quien desee tener uno, puede adquirirlo en cualquier almacén, como un elemento cualquiera. El muñeco, controlado a distancia por quien ha pagado para este fin, se convierte entonces en un inquilino más de la casa, volviéndose espectador absoluto de la vida de su amo en la medida que este lo permite.

Kentukis tiene la atmósfera de un magnífico capítulo de Black Mirror, la serie que explora cómo la tecnología va entrometiéndose cada vez más en nuestra humanidad y la modifica a nuevos niveles, en este caso con la renuncia voluntaria a la privacidad. A través de vivencias de distintos personajes contadas en capítulos intercalados, Schweblin explora las implicaciones de abrir las puertas de nuestro hogar a un extraño que, desde su casa, atestigua todo como a través de un panel de vidrio, de esos que permiten ver de afuera hacia dentro pero nunca al contrario. Esta distancia permitirá a los controladores de Kentukis y sus amos explorar facetas que en cuerpo presente difícilmente abordarían: presentan un escenario ideal para dejar salir los instintos exhibicionistas y voyeuristas, así como en algunos casos los justicieros; todo esto potenciado por un hecho fundamental: los controladores no poseen más elementos de comunicación que un comando que les permite hacer chillar al muñeco para manifestar inconformidad o aprobación, lo que hace que quien domine o posea el Kentuki no se sienta juzgado por sus acciones, constituyendo la novela una aproximación al lenguaje como un elemento determinante del comportamiento.

Precisamente el aspecto de la comunicación es el primero que se aborda, en una historia que tiene la particularidad de ser la única en la novela que está compuesta de un solo capítulo: varias adolescentes se desnudan al frente del Kentuki y juegan con él de manera provocativa, hasta que se les ocurre valerse de una tabla ouija para que el controlador del peluche pueda interactuar con ellas de manera más clara. Es precisamente la comunicación la que rompe las barreras de la confianza y la sensación de impunidad, pues el controlador del Kentuki, desplazándose sobre la ouija, comienza a chantajear a las tres adolescentes amenazando con filtrar videos íntimos de ellas mismas y sus familiares.

De allí en adelante presenciamos las distintas formas en que las personas comienzan a interactuar con este particular invento. Algunos los compran a modo de mascota para que hagan compañía a sus hijos o abuelos; otros lo toman como objeto de negocio vendiendo clandestinamente suscripciones a Kentukis en lugares del mundo ya identificados, saltándose así la regla de la asignación de Kentuki al azar; otros lo ven como una oportunidad de exploración artística y algunos como una especie de realidad alterna, de vida paralela a través de la cual escapar a las deprimentes condiciones de su realidad material. Sin duda un invento semejante podría tener infinidad de matices, pero los distintos ángulos desde los que Schweblin ha decidido observar contribuyen una sensación de abordaje pleno, en la medida de lo posible, al tiempo que permite echar a andar la imaginación con otros escenarios factibles con esa dichosa invención.

De los fabricantes de los Kentukis se desconoce todo. El hecho de que la escritora haya decidido mantener en el ostracismo la procedencia y el nombre de los fabricantes de los peluches, hace que esta compañía sea percibida como un poder oculto, oscuro, que desde las sombras maneja sus hilos, que se enriquece a doble vía por quienes quieren tener uno o varios Kentukis y por quienes quieren serlo, algo así como mercaderes de la privacidad que sus usuarios están gustosos de vender o incluso regalar, generando así una reflexión necesaria no solo sobre un escenario muy posible en el futuro, sino también sobre un presente al que ya le hemos regalado la privacidad por medio de las redes sociales.

En resumen, Kentukis es una cercana y amena exploración del futuro que espera a la humanidad por la flexibilización de sus límites morales a través de internet, con dosis perfectas de dramatismo y de humor negro. Quizá, en un futuro, vayamos a tener a algo parecido a estos simpáticos inquilinos por allí, haciendo compañía a nuestros hijos, ancianos, mascotas, o incluso, a nosotros mismos.

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