La Cerbatana

Buenas noches, Laika

Por Laura Luna

“Un último lengüetazo de agua y vuelven a sellar la cabina. El mundo se encoge al tamaño de una mirilla. Afuera, continúa la cuenta regresiva:

10 десять

9 девять

8 восемь

7 Семь

6 шесть

5 пять

4 четыре

3 три

2 два

1 один

0 нуль

el cohete ruge a mil ladridos por hora. Una explosión cilíndrica de hidrógeno ilumina el Cosmódromo. Con el corazón palpitando bajo el peso de cinco fuerzas g, la pequeña cosmonauta asciende más allá de la estratósfera. Ahí se extiende el vacío repleto de estrellas. Pero el cosmos aún no significa nada. No es como casa, que significa todo. Porque casa es hundir el hocico en la tierra húmeda y seguir el rastro de otro perro entre una constelación de patas.”

-Buenas noches Laika, Martha Riva Palacio Obón-

Las dos primeras semanas de noviembre de 1957, la vida de Sebastián cambia para siempre. Enfrenta el suicidio de Marina, la primera niña que había amado, mientras una pequeña cosmonauta viajaba confundida y sola, por el firmamento. Laika, de casi tres años y cinco kilos, abordo del satélite artificial Sputnik 2.

Explicar la muerte a los niños, es aún un tema difícil de abordar. Sin embargo, el suicidio, más aún, el suicidio infantil, es otra cosa. Sigue siendo un tabú. ¡Y cómo no! Cómo explicarle a un niño de diez o doce años, que su amiguita decidió sin más quitarse la vida. ¿Qué pasa por la mente de un niño para creer que no hay otra salida? Y, lo que aborda crudamente Marta Riva Palacio, ¿Qué pasa por la mente de aquellos que le sobreviven? A fin de cuentas, no dejan de ser solo niños, confundidos y asombrados, con el cerebro y el corazón a mil revoluciones por hora tratando de entender la muerte, en un momento en el que no terminan de entender siquiera lo que es la vida.

Y lo hace magistralmente. Entrelaza delicadamente tres historias igual de entrañables: Laika, volando sola en el infinito: confundida, asustada, sin saber lo que pasa.  Marina, encerrada en su propio mundo al ser incapaz de encajar en el de los demás, decidiendo su prematura partida. Y Sebastián, descubriendo de un solo bofetón todos los misterios de la vida en el corto espacio de las dos primeras semanas de noviembre de 1957.  

Esta obra -por demás muy bien contextualizada en su lugar y época, México, 1957- describe la vida escolar y familiar de Sebastián, quien no tiene más de doce años y está fascinado por el espacio exterior. De repente, le llega la noticia revolucionaria de que a bordo del Sputnik 2 irá un ser vivo: Una perrita de nombre Laika. La madurez, y el “romanticismo” -prematuro para su edad- con la que toma la noticia, imaginando noche tras noche a la pequeña cosmonauta sola en la inmensidad, y trata de establecer contacto con ella a través de su radio de onda corta.

Al mismo tiempo, se encuentra descubriendo un misterio mucho más grande y aún más incomprendido que todos los viajes al espacio realizados y por realizar: El primer amor.  Marina, la niña rara de la clase, a la que nadie habla y que parece vivir en su propio mundo.  Las descripciones de este amor infantil, la ensoñación de futuro, el primer beso…  Al mismo tiempo que muestran un entorno familiar esquivo, donde la distancia adulto-niño es cada vez más grande y la única persona con la que puede desahogarse es su abuelo, quien parece entenderlo, aunque mas adelante le muestra que también es un adulto, y que la brecha generacional para los temas relevantes de la vida es más difícil de saltar de lo que piensa.

Y un día cualquiera, Marina ya no está. Sus profesores les anuncian que “murió en un accidente” “cayó por las escaleras” y dan el tema por cerrado.  Nadie da explicaciones, pero nadie termina de creerlo. Y empiezan las habladurías, los rumores. Y a abrirse más y más la brecha entre adultos y niños. Los padres no permiten que los niños asistan al funeral, ni que se hable del tema.  No existió, Marina cayó por las escaleras. Nada de que hablar.

Pero los niños no son tontos.  En sus cabezas, y en sus corazones, se estaba abriendo el infinito.  “Quizá solo así podría soportar vivir rodeada de adultos que deambulaban a su alrededor como si no hubiera un monstruo sentado en la mesa de la cocina”, dice Martha Riva, a través de Sebastián. 

Mientras transcurre todo este caos, aquí abajo, allá arriba, en el infinito, deambula en silencio la pequeña cosmonauta. Y es hermosa y sutil la manera en la que van acompañando las páginas: esta hermosa edición del Fondo de Cultura Económica ilustrada a blanco y negro deja que los párrafos dedicados a la pequeña Laika floten, que las palabras se dispersen en la página, así de incorpórea como ella se va haciendo en el infinito.

Sebastián, en su afán de comunicarse con Laika, también trasluce su deseo de comunicarse con Marina. ¡Cuántas cosas se quedaron por decir!.  Y cuántas más por entender. El libro se encuentra narrado por el protagonista desde un futuro en el que, ya adulto, aun no termina de entender lo que pasó en ese noviembre de 1957.

Y tendría que enterarse también -después- de que su Laika, desamparada, habría muerto solo cinco horas después del despegue.  Que todo ese tiempo estuvo aferrándose a una sola idea, y que aquel satélite que vagaba por el firmamento y que curiosamente era el único que le mantenía con los pies en la tierra, cargaba un pequeño cadáver, no más.  Que tratando de aferrarse a Marina se aferró a Laika, y que fue esa idea, la que le mantuvo a flote a sí mismo también, cuando ya no existía ni la una, ni la otra.

Este libro se encuentra dirigido a un público infantil, entre los diez y los doce años. Sin embargo, diría yo que es apreciable a cualquier edad, y más necesario aun entre los adultos que entre los niños.  Un llamado a recordar que no, los niños no son tontos. Saben qué está pasando, y hay que hablarles con la verdad.  Y más allá de todo esto, es un libro bellísimamente escrito, sobre la soledad, la nostalgia, la pérdida, el amor, y la esperanza.  De una ternura que casi duele, al hablar de la pequeña Laika, sola en su cabina.

No sabemos qué clase de tesoros podemos encontrar en los libros escritos “para niños” (clasificación que considero vaga, ya que las historias son para todos, todos los que sepan escuchar) Hay tesoros escondidos, y Buenas Noches, Laika, es uno de ellos.  Y es que no por nada fue el merecedor del premio Fundación Cuatrogatos, elegido como uno de los mejores libros para niños y jóvenes. La obra de Martha Riva es amplia y diversa, y su sensibilidad para ver el mundo con ojos nuevos, cada vez, es increíble. Definitivamente, hay que leerla. Y hay que volver a asombrarse cada vez como la primera vez, hay que volver siempre los ojos al cielo, como si una pequeña Laika, a bordo del Suptnik, siguiera navegando sobre nuestras cabezas. Como si aún pudiéramos alcanzarla con nuestro radio de onda corta, escuchando “bips” que parecen ladridos, que parecen señales.  

Por Laura Luna

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