Por Cristian Camilo Garzón
Sobre El encanto podrido de Bogotá, de Fabián Mauricio Martínez
Con el bombardeo de los grandes grupos editoriales el espacio virtual de la literatura se reduce. Eso ya lo sabemos. Lo interesante es cuando uno descubre en los márgenes a escritores que no tienen publicidad o agente. Escritores que solo tienen la escritura, además de una editorial independiente o universitaria o la autoedición. César Aira es ya un mito de esta actitud. Hay libros suyos que ni siquiera él los tiene. Si alguien quiere un libro tarde o temprano lo conseguirá, así parezca imposible, dijo Aira. Hay un valor agregado en los hallazgos, como cuando de niños comemos una fruta que sabe mejor porque la conseguimos con esfuerzo trepados a un árbol.
El encanto podrido de Bogotá. El título me fascinó. Es de esos títulos que una vez pronunciados instalan una atmósfera; te taladran las sienes. Para mí, que he vivido en Bogotá toda la vida, que he visto la violencia de los barrios marginales (vivo en uno), que habito al lado de las ollas (lugares de expendio y consumo), que he montado tabla y he jugado baloncesto en canchas de la ciudad; para mí un título así es magnético.
Encanto porque en esta ciudad hay gente que lucha el pan, que es ética y empática. En esta ciudad mi mamá le echa arroz a las palomas, que salen de las ramas como una explosión del viento. En esta ciudad los perros callejeros son asesinados a golpes en la cabeza, en una casa del Samber, para venderlos por carne. En esta ciudad dos ancianos que venden dulces se besan, sonríen e iluminan toda la calle. En esta ciudad un indigente cuida sus perros más que a su vida, los regaña, los consiente, se abraza con ellos en un colchón de espuma amarillo, sobre un andén, bajo el escaso techo que sobresale de un edificio. En esta ciudad, cercada por montañas, la “niebla hace más real lo que sucede acá abajo”, como escribió José Emilio Pacheco. En esta ciudad un hincha de millonarios ve de reojo una camisa de Santafé, corre hacia el joven que la lleva puesta y le propina una puñalada en el cuello ¿Cómo no va a ser encantador un lugar así? ¿Cómo no va a estar podrido y enfermo?
Por entrevistas supe que el título le nació al autor antes de escribir los cuentos, conversando con un amigo. Más tarde, al leer su primer libro (Una ciudad llamada Bucaranada), logré atisbar uno de esos motivos profundos que sustentan la creación, el cual en el caso de Fabián Mauricio Martínez se traduce en la obsesión por narrar una ciudad. Parece una premisa vaga, ambiciosa, inabarcable; pero por la misma razón es un reto narrativo, un riesgo que emprende quien se sumerge en las opacidades y las luces que habitan en las entrañas de una urbe, con sus contradicciones y la diversidad de sus habitantes. La búsqueda de este autor es delimitar un espacio geográfico y aprehenderlo desde la ficción —no como trasfondo de lo que ocurre o como un elemento pasivo—.
(Digo ficción porque el autor es periodista. Sabemos los desafortunados encuentros entre periodismo y literatura en Colombia, que la mayoría de las veces resulta en obras de un realismo reduccionista, miope y plano, pero este no es el caso).
El prisma que utiliza el autor para narrar Bogotá es la mezcla de géneros. Hay una fértil contaminación entre el realismo sucio, la ciencia ficción, el terror y el cuento realista de espíritu cheeveriano.
El cuento que abre (cuyo título es el mismo del libro) impacta desde su primera frase, que me estalló en los manos: “No, ñero, esta ciudad es tremenda gonorrea”.
(Qué bien utilizada la palabra gonorrea. Qué oído. Me tienen que disculpar, pero para escribir eso hay que tener mucho oído).
La historia de un habitante de la calle que no tiene esperanzas para seguir vivo, quien recorre la ciudad de palmo a palmo reciclando, y que encuentra en sus dos perros y su gata un motivo suficiente para vivir. Escrito desde una voz en primera persona verosímil y conmovedora, semejante a una experiencia auditiva, al punto que no parece algo leído sino escuchado.
En el segundo cuento, titulado Desaparición de universo, nos encontramos a una pareja de visita en un extraño museo. No sabemos si el narrador y su novia están muertos. Lo que sabemos es que recorren este espacio en donde hay una máquina capaz de proyectar los pensamientos de los espectadores; otra que le muestra a la pareja un bucle de imágenes de su vida privada, para al final desembocar en un holograma parecido a Frank Sinatra que les irá revelando sucesos del pasado. No diré cuáles.
En La piscina un hombre maduro que lee libros de autoayuda decide tomar clases de natación. Se enamora de una joven que practica nado sincronizado, lo cual se narra con un lenguaje ágil, repleto de acciones, sutil, que sin decirlo directamente deja entrever la soledad del protagonista y su debacle existencial.
En Bogotá Acid Road Trip nos adentramos en el turismo salvaje. Dos japoneses contratan en Bogotá a un grupo que los llevará por lugares abyectos de la ciudad, en busca de drogas y comercio sexual. En un tono vertiginoso, como las experiencias que viven durante el recorrido, estos japoneses quizá fascinados y horrorizados, terminan el día en los pasillos del infierno urbano, en donde uno de los turistas (un alemán) queda atrapado porque, según parece, tuvo problemas con dos chicas en el cuarto.
En No hay asteroide que valga, uno de los más logrados cuentos de la colección, un hombre mayor decide esperar en soledad el fin del mundo, que sobrevendrá en forma de asteroide. En uno de los recorridos por la Bogotá apocalíptica, ve una montaña de cadáveres sobre la Avenida Jiménez. Podría pensarse en las fotos de Sady González donde se observan hileras de muertos del bogotazo tirados en el suelo como en los pasillos del Hades. Luego de leído, al recorrer las calles donde ocurre el cuento, imaginé esa escena tan perturbadora como inolvidable, mientras los Transmilenios y la gente seguía su camino.
En total son once cuentos que matizan la pluralidad de tramas y formas narrativas. Un profesor universitario que vive un desamor que parece agudizado por la desolación de las calles bogotanas; la despedida de una hermana que se va muy lejos; la vida de un hombre narrada en una segunda persona, tal vez autobiográfica, y su construcción como escritor; las peripecias de una webcamer bogotana y su fan destacado de Alemania; un cuento con ecos del Aleph de Borges, donde un baño narra en primera persona su historia y la capacidad que encontró para adentrarse en la mente de sus usuarios y vivir por un rato dentro de sus cuerpos; una mujer que es perseguida por el duende de sus pesadillas quien invade toda su vida diurna.
El encanto podrido de Bogotá es un libro único. Es la respuesta a la pregunta de cómo hacer de Bogotá una ciudad literaria. El libro nos enseña que la imaginación es indispensable para acercarnos a estos tiempos desintegrados; que no se puede narrar a Bogotá de manera uniforme y unívoca. La retina está reventada. Para escribir sobre la grieta que es este espacio geográfico hay que cortarse. Fabián Mauricio Martínez escribió un libro que es una serie de tajos en el asfalto de esta ciudad y sus habitantes.
Cristian Camilo Garzón
Nació en Bogotá en 1997. Es estudiante de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Pedagógica Nacional. Ha publicado ensayos y crónicas en las revistas: Puesto de combate, LALT, La raíz invertida, Los hermanos Chang; también ha publicado microrelatos en antologías de la editorial Quarks y en la revista Plesosaurios de Perú. Actualmente codirige la editorial independiente Totuma libros.