La Cerbatana

¿La literatura debe tomar una posición política, con relación a lo que ocurre en este momento en Israel y Palestina? Para responder estuve pensando en Platón y su afán de expulsar a los poetas de la república, en tanto los relatos mienten con un objetivo estético y de este modo confunden a los ciudadanos. También pensé, para darle una respuesta desde nuestro canon occidental, en Aristóteles que encuentra en la literatura un ejercicio sanador, pues la poesía debe buscar la catarsis del lector, y así convertirlo en un mejor ciudadano. O a Nicolás Boileau quien analiza cómo en la edad media se desprestigió a aquellos poetas que eran blasfemos, es decir, iban a contracorriente, no solo de las reglas de la composición poética, sino de la ética de turno. Y pensé en Schelegel y su tesis sobre la verdad de la poesía sin importar las creencias espirituales o políticas de cada ser humano, en tanto cada acto creativo encarna una verdad propia del escritor. No obstante, al pensar en todo lo que ha ocurrido durante el siglo XX en el mundo, las dos guerras mundiales de las que al parecer hemos aprendido tan poco, en el proceso de neocolonización en África, en el Medio oriente y la lucha en contra del comunismo con la instalación de las multinacionales en el tercer mundo, coartándole a estos pueblos sus libertades, y tras leer la biografía de Stephan Zwieg El mundo del ayer o la novela biografiada de Colm Toibin sobre Toman Mann, titulada El mago, comprendí que la literatura siempre debe buscar la libertad en todos los sentidos, que el fin del acto creativo que se produce a través de la palabra, debe romper ataduras y liberarse de esas éticas instauradas y esas formas impuestas por las diferentes doctrinas que nos apabullan. Entonces, una cosa es pensar en el autor de aquellas obras, que está inscrito dentro de un contexto histórico y posee una cosmovisión propia de la vida, y otra muy diferente es pensar en el narrador de aquellas obras que el autor compone, quien debe determinar sus propias reglas y leyes dentro de su obra. Por supuesto, que la obra literaria está impregnada de cada experiencia vivida por el autor, sin embargo, como nos los pregunta Benjamin ¿qué tanta de esa experiencia es narrable? ¿Acaso la humanidad no ha comprendido que cada vez su experiencia es menos narrable, es más vacua y efímera gracias a la saturación de la información en que nos mantienen? Ahora creemos estar muy bien informados, incluso los escritores. Pero de lo que nos atiborramos hasta el hartazgo es de una serie de ideas manidas y débiles, sin que se nos permita hacer actos profundos de reflexión. La literatura debe ser ese espacio de reflexión sobre la existencia, y no debe, por ningún motivo, dar sentencias sobre la vida, porque ¿quién sabe qué es la vida? Tampoco debe hablar de la verdad, ya que esta no existe, sino de perspectivas, aproximaciones de la verdad. De este modo, la literatura es el espacio de la polifonía, en la que quepan todas las preguntas sobre el quehacer humano. Benjamin, también afirma que en la antigüedad el narrador podía dar consejo sobre la vida, en la medida en que su ejercicio sincrónico era a la vez un ejercicio que intentaba enseñarle a vivir a los demás; pero que, con la eclosión de la figura del novelista, como producto de la sociedad moderna, este necesitaba de la soledad para cuestionarse sobre la vida. Así pues, no creo que la acusación, la difamación, la demanda, ni siquiera la aclaración, son oficio ni función de la literatura, porque no es menester de este arte decir nada, argumentar nada, explicar nada, sino solo mostrarnos el estado de los espíritus humanos y de sus épocas. Ahora bien, si mi estudiante me preguntara, entonces, sobre qué tipo de seres humanos me gusta escribir y por qué, siempre le respondería que, sobre los mancillados, sobre los pueblos que han sido callados, sobre las personas que han sufrido, sobre los vencidos, en este caso sobre el pueblo palestino que ha padecido el destierro y la persecución durante más de medio siglo, pero también sobre aquellos israelitas que también fueron desterrados y perseguidos, pero nunca sobre sus gobiernos o sus líderes criminales, a menos que sea para desnudarlos y poder ver su humanidad sin matices. Porque el relato oficial, aquel que ha sido impuesto con violencia, lo vemos reproducirse constantemente en los medios masivos y a través de las redes sociales, y persigue un fin económico. Y la literatura es rebelde por naturaleza, porque entonces ¿para qué escribimos si es para reproducir el relato oficial? ¿Acaso eso no sería propaganda? ¿Y la propaganda no es, en definitiva, un relato manipulado y encarcelado por la industria? De ser así, la literatura perdería su aura libertaria, su fundamento de romper los diques de la injusticia histórica, su constate pregunta por quiénes somos los hombres y las mujeres que hemos poblado esta tierra. De este modo, los personajes literarios no deben ser enteramente buenos o malos, deben ser como los seres humanos que toman buenas y malas decisiones, que están expuestos constantemente al predicamento de la vida, y que sea el lector quien los juzgue. A estos seres despreciables que nos dirigen, quienes afincan sus intereses en la banca y en el poder, los deberá juzgar la Historia (con el dilema que esto implica, en tanto la Historia la escriben ellos mismos), y por supuesto, los espíritus nobles y críticos que no se han dejado ahogar en la marisma de la manipulación de la información. Por último, le digo a mi estudiante, la literatura es todo menos información, porque la información es estéril, efímera e impostada, a diferencia de la literatura, que debe perseguir la eternidad que se halla en cada ser humano que habita la tierra.

Daniel Ángel

Deja un comentario

Subscribe To Our Newsletter

Subscribe to our email newsletter today to receive updates on the latest news, tutorials and special offers!

%d