Reseña sobre Dos veces Alicia de Albalucía Ángel
El lenguaje silvestre de la zona salvaje
Gloria Orozco-Allan hace una distinción entre el discurso patriarcal y algo que ella llama: la zona salvaje, equivalente al lenguaje del deseo. El discurso patriarcal se caracteriza por ser binario, pues impone un orden rígido al universo al separarlo entre: racional e irracional, bueno y malo, femenino y masculino, etc. Además, el discurso patriarcal es lineal, causal, domesticado y represor. Por el contrario, el discurso femenino, donde irrumpe la zona salvaje, rompe estas formaciones estáticas de la lengua: rompe su coherencia, su racionalidad y su división patriarcal de las palabras y las cosas. El discurso femenino asalta, desata, descompone, desarma las jerarquías, las cristalizaciones de la lengua. En el discurso femenino una piedra puede ser una nube, no están separadas: depende de la escala temporal con la que se las observe. La piedra es tan gaseosa como la nube si la ponemos en una escala temporal de varios siglos. Se evapora la piedra, se evapora la nube: sus cuerpos vuelven a la transparencia y se disuelven de forma idéntica.
Graciela Montes tiene una categoría similar, que llama: lenguaje silvestre. Este es un lenguaje vivo que se está reconfigurando constantemente, un lenguaje que posee actividad celular. No se cristaliza en lugares fijos ni en significados estáticos. Es válido decir rompido o ponido porque el niño no está aún domesticado por la norma. El lenguaje silvestre la autora se lo adjudica a la mirada infantil, que no establece una distancia entre las palabras y las cosas, haciendo que bullan significados múltiples. Al poner una conceptualización como la de Montes frente a la de Gloria Orozco, encuentro vasos comunicantes. El lenguaje silvestre o la zona salvaje pueden ser tanto la mirada infantil como la femenina, sin distinción.
Esto no es una novela, es una fuerza telúrica
Este excurso sirve para dar cuenta de lo que ocurre en Dos veces Alicia, la segunda novela de Albalucía Ángel. En esta novela, como escribiría Montalbetti, no es tan importante lo que se dice como lo que se le hace a la lengua. Es decir, la trama, los personajes y las escenas están, pero el flujo del lenguaje es una marea que arrastra al lector de un lugar a otro, con una fuerza arrolladora en donde no hay más que dejarse ir.
El narrador es el personaje más importante de una novela, decía Pilar Quintana en sus talleres de narrativa, aun cuando no lo veamos. Pero la novela de Albalucía no se agota en el lenguaje, es decir: ni en el significante ni en el significado está el núcleo de la novela. No es una novela que carezca de trama o de personajes, ni tampoco es una novela que sea solo lenguaje y solo juegos de palabras y delirio. No se inclina por la comunicabilidad, pero tampoco sucumbe a lo oscuridad de lo ininteligible. Es una novela sin centro porque su centro está en todas partes, o mejor, más que una novela este texto me parece el producto de una fuerza telúrica. Ya se dijo: está escrita desde la zona salvaje y con un lenguaje silvestre.
Primer plano de realidad
De la trama se podrían mencionar algunos elementos: se trata de una chica que vive en una pensión de Londres, en los años sesentas, mientras trata de escribir un cuento sobre otra mujer, ficcional, llamada Alicia. Hay personajes estrafalarios en esta pensión: Susan (a quien llaman la Elefanta, que se baña en las noches haciendo un ruido insoportable), la señora Wilson (dueña de la pensión, quien tiene pretendientes excéntricos y es viuda de un soldado), la señora Keller (que critica y echa chisme a la hora de la comida), los hijos de la señora Wilson, entre otros.
La narradora cuenta en primera persona los hechos, fijándose en una mujer misteriosa que vive en el segundo piso y nunca sale, ni siquiera para la cena navideña. Esta mujer del segundo piso es tan misteriosa que la narradora especula: “Según la señora Wilson, la señorita del segundo se especializaba en la pintura inglesa del siglo XVIII, pero para mí lo que estudiaba era brujería. Esa manera de estar y no estar, de desmaterializarse, no era normal” (p. 107).
Segundo plano de realidad
En el otro plano, leemos el cuento que escribe la narradora, el cual está en tercera persona. La narradora (cuyo nombre no se dice, pero se descubre) escribe un cuento alucinante sobre Alicia, su personaje ficcional, una joven como ella que vive en el mundo situado de la liberación sexual y de la represión policial, pero que ve pasar al conejo blanco apurado por no llegar tarde, así como ve pasar a la Reina Roja con su comitiva y su carruaje. En el cuento, Alicia sueña con ciudades petrificadas, se encuentra a la oruga, habla con Cheshire y lo acusa de ser un gato cobarde por no atreverse a existir del todo. Alicia presencia cómo unos policías voladores cual mosquitos aniquilan a una multitud que protesta por la liberación de un hombre encarcelado injustamente a causa del racismo; una vez la masacre de los protestantes se ha consumado, empiezan a aparecer frases como estas:
“El terror es saludable” (Hitler).
“Un impresionante silencio imperó ayer, por un minuto, a partir de las 8:15, hora local, sobre toda la ciudad de Hiroshima” (AFP).
“¿Quién colocó la cuerda alrededor del cuello de los niños…?” (Procesos de Núremberg).
Sobre este plano de la novela, Gloria Orozco trae a colación las categorías que propone Todorov para comprender la literatura fantástica: lo maravilloso (que no tiene explicación), lo insólito (donde lo inexplicable deja de serlo en algún punto) y lo fantástico, que sería un territorio indefinible: un realismo enrarecido, a caballo entre lo maravilloso y lo insólito. Es notable, en este plano de la novela, el hecho de que Alicia vive en un espacio referencial, distinguible, en último término: realista. Es una joven que va a fiestas, se enamora, es testigo ocular de su época histórica, pero hay eventos que desdibujan los límites entre el mundo alucinante y el mundo realista —para nombrarlos de alguna manera, pues en la novela no hay dos mundos, no están separados: son el mismo y se van fundiendo—.
Fluidez y permeabilidad de Alicia
Quisiera dar un par de ejemplos de la fluidez y la permeabilidad con las que el personaje de Alicia se desliza entre el mundo alucinante y este: el que percibimos con los sentidos. Ya mencioné que hay una escena donde asesinan a unas personas que están protestando. Justo después de que la masacre se consuma y desaparecen a los protestantes, un grupo de ancianos irlandeses llega a la plaza a evangelizar, cantando: “Jesús was a very good fellow”. Estos cristianos son desplazados por una señora de vestido Lila que alza una pancarta donde dice que la asociación británica debería gobernar el mundo. Por si fuera poco, en medio de este carnaval delirante de manifestaciones públicas, unos jóvenes llegan vociferando la palabra Sex acompañados de palmas y guitarras.
Aquí lo fantástico entra de lleno —aunque los sucesos en la plaza ya lo son en demasía—, pues un hombre se acerca a Alicia y le da una llave, con la que se introducen a un recinto de muros gruesos y gigantes que se mueven al ritmo de cantos, los cuales provienen de las voces de un bosque que no vemos. Luego, de la nada, se encuentran remando en un laberinto de agua a bordo de una barca. Hay, al parecer, unos mensajeros en la orilla. Desembarcan y pasa esto:
“Por acá, dame la mano, dos mensajeros estaban esperando, no se puede correr, más tarde, dijo; y la llave abría todos los portales y entraban en todos los recintos sin atravesarlos, tocándolos apenas; unos eran fríos como el viento del Polo, los otros dulces, o tristes, o florecidos; lentamente se abrían; se dividían en caminos de piedra o fuego; llegamos al comienzo, dijo: prepárate, y comenzó a subir en espiral, a saltar muros y profundidades como si estuviera alada, y después caminaron a la velocidad del sonido y la tierra fue verde y luego azul y más tarde amarilla, hasta que todo fue un punto blanco, enorme, girando sin referencia ni contacto físico, solo blanco; ahora dijo: puedes desear lo que quieras, y entonces miró el cielo, que era una mancha quieta, y levantó las manos porque supo que podía tocarlo”. (p. 126)
Sucesos como este son completamente naturales para Alicia y ella los vive sin ningún tipo de extrañeza. Alicia pasa de estar sentada en un parque a encontrarse en un espacio traslúcido como las alas de una mariposa, donde todas las personas flotan, y donde una alfombra de sensaciones la envuelve. ¿Qué son esas sensaciones que la cubren como una cúpula de cristal?: “es la memoria del tiempo” (p. 138), le responden antes de invitarla a pintar árboles como los Naipes de la Reina Roja, quienes se equivocan al plantar árboles de rosas blancas y les toca, uno por uno, pintarlos de rojo por mandato real.
Espejito, espejito
Volviendo a la pensión, la primera Alicia, la narradora, vive también hechos insólitos. Verbigracia: todo indica que se practican sesiones de espiritismo en el sótano de la pensión, lo que explica los extraños sonidos en la madrugada. En la cena de navidad convergen todos los habitantes de la pensión, pero es accidentada a causa de la señora Wilson, quien sufre episodios de ira (o algo parecido). En este plano de la novela hay un crimen, matan a una persona importante de la pensión —no diré quién—, lo que explica que todo este tramo de la narración sea tan sobrio, tan claro y comunicativo como la tradición detectivesca lo dicta.
Gloria Orozco llega a afirmar que este plano de la novela —el de la pensión— responde a la lógica patriarcal del discurso, pues es más convencional y diáfana, como en el tono de una novela policial. Todo lo que relata en primera persona la narradora se puede seguir con facilidad, dado que tiene causalidad y linealidad narrativa. Sin embargo, súbitamente, dentro de esta narración en primera persona, entran frases en tercera persona (sin previo aviso) que fisuran su convencionalidad. Esto es: dentro del primer plano de la novela, el de la pensión narrada en primera persona por esta escritora, se clavan, como agujas, frases o diálogos del segundo plano de la novela, el de Alicia.
La escena donde lo fantástico entra sorpresiva y absolutamente en este plano, que parecía tan realista, ocurre cuando la señorita del segundo, que nunca sale, por fin aparece. Aquí el lector se entera de que la narradora, de hecho, se llama Alicia. Y la señorita del segundo se presenta como: “la señorita del segundo”, por lo tanto, no sabemos su nombre. El diálogo que sostienen es el siguiente:
“Yo soy la señorita del segundo, dirá con vocecita de ratón; mucho gusto.
Yo soy Alicia.
Estoy tratando de escribir una historia y el personaje más difícil es usted, para decirle la verdad” (p. 190).
Quien está escribiendo sobre Alicia es la señorita del segundo. Pero, un momento. ¿Acaso, quien ha estado narrando todo no será la señorita del segundo? ¿No se supone que ella, la señorita del segundo, era la Alicia del cuento —la del segundo plano de realidad—? ¿Cómo así que la narradora se llama Alicia? ¿No era la narradora la que estaba en la realidad realista, y si es así, por qué se llama Alicia si esa Alicia es la del cuento? ¿Cuál es la realidad, cuál el sueño? ¿Qué?
Es un juego de reflejos, es Alicia a través del espejo. El universo dado vuelta. El desenlace de la novela parece un bucle donde el tiempo se muerde la cola, pues acaba en un punto intermedio de la cena navideña, como si todo lo del asesinato no hubiese sido narrado antes. Volvemos, entonces, a un punto incierto del tiempo, casi aleatorio.
Sigue al conejo blanco
Entre el plano “racional y metódico de la novela policial, y el especulativo y fantasioso de la ciencia ficción” (p. 19), como los definen Ivonne Mondragón y Alejandra Jaramillo, la novela llega a un punto en donde implosiona. Ese lago del comienzo, esa Londres estacionaria, ese Hyde Park concurrido se ven enrarecidos por presencias y hechos fantásticos. Cuenta Albalucía Ángel que cuando ella estuvo en Londres se estaba celebrando el primer centenario de la publicación de Alicia en el país de las maravillas, publicada en 1865. Con lo cual “Londres estaba lleno de conejos, de gatos sonrientes, de Alicia cantando, gritando, hablando por todas partes”.
En suma, Albalucía transcribió lo que estaba viendo, ese mundo fragmentado y polisémico. La multiplicidad de sentidos que posee el lenguaje silvestre de la zona salvaje, Albalucía la utilizó para narrar un mundo tan agreste como el que vivía ella misma. Corría el año 1971 y una joven colombiana publicaba su segunda novela, abriendo cada vez más la tronera del lenguaje con un solo objetivo: dejar escapar al conejo blanco.
Cristian Camilo Garzón
Nació en Bogotá en 1997. Es estudiante de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Pedagógica Nacional. Hace parte del grupo de rap: Amigos imaginarios. Ha publicado ensayos y crónicas en las revistas: Mentekupa, Puesto de combate, LALT, La raíz invertida, Los hermanos Chang; también ha publicado microrrelatos en antologías de la editorial Quarks y en la revista Plesosaurios de Perú. Actualmente codirige la editorial independiente Totuma Libros.