La Cerbatana

Intentaste, fallaste. No importa. Intenta otra vez, falla otra vez. Falla mejor.

Reseña sobre Un ejercicio del fracaso de Jaír Villano

Como parte de las consignas del neoliberalismo, existe la idea de que se puede cosificar todo para hacerlo vendible o canjeable. Por ejemplo, si quisiera hablar sobre este libro, para hacer de la reseña algo efectivo, tendría que resumirlo en una frase concisa que permita al lector entender el contenido del producto sin esfuerzo. Solo por jugar, cínicamente, intentaré hacerlo.

El director de cine Andréi Tarkovsky comparó a la vida con un árbol: si es fuerte, si es rígido, significa la muerte, puesto que un árbol seco o marchito lo está; por otra parte, si el árbol es débil, es decir, si es maleable, elástico, si puede torcer sus ramas sin quebrarse, significa que está vivo. Un ejercicio del fracaso es un libro débil, sobre la debilidad afirmativa del nihilismo. En él no vas a encontrar nada edificante o ejemplar, en él vas a encontrar un árbol débil, vivo. Luego, cómpralo, #lopuedestodo, incluido ser un árbol débil, no dejes que este mundo banal y materialista te vuelva frío y rígido como un árbol seco. Qué esperas, adquiérelo ya.

Fracasé, prometí una frase y terminé haciendo una analogía larga y demandante para el lector, necesitaba atraparlo y siento que ya lo perdí. Yo, de hecho, mientras escribo esto, he entrado cinco veces a Instagram para observar las notificaciones que me llegan. Ni yo, que soy quien escribe, puedo sustraerme a la dispersión inocua de las redes sociales, pero estoy aquí, hablando de un libro que procede a criticar acérrimamente estas prácticas. El carácter doble moralista asedia, más aún en tiempos de lo políticamente correcto. Lo cierto es que mi intento fallido de frase promocional cosifica el libro en tanto lo convierte en mercancía, en una capsula como las que usaba Bulma en Dragon Ball. Quien lea la reseña hasta acá debería irse con el espejismo de que ya “sabe” y hasta puede ahorrarse la plata. Como si la literatura se tratara de saber cosas y no de tener experiencias intensas de lectura, diría Martín Kohan.

Hasta aquí la introducción. Ahora, para ir al grano, procederé a destacar algunos ensayos e ideas centrales para dar un fresco abarcante de los temas gruesos que se abordan y cohesionan el libro.

Dolor y nihilismo pasivo en la sociedad del rendimiento

Se había anunciado la publicación del libro y un día, en Facebook, veo que Jaír Villano sube fotos en un hospital. Lo iban a operar debido a unos dolores abdominales. Durante la presentación en Cali de Un ejercicio del fracaso, aún en recuperación, Villano recuerda que él, antes de la recaída, tomaba analgésicos para calmar el dolor, pero estos solo lo removían temporalmente. Esto me da pie para hablar de este ensayo inicial, ya que allí se explica que las farmacéuticas hacen del dolor una técnica medicinal superficialmente atenuada. En el caso de Villano, el fármaco operaba sobre el efecto, pero no sobre la causa del dolor: se maquillaba el dolor.

El establecimiento promueve una positividad tóxica, nos monta en el idealismo de que todo es posible. Vemos influencers comprando cosas caras y alentando a la gente a que luchen por sus sueños de tener carro, ropa fina y casa propia. Las fotos que circulan en redes sociales son un carnaval de sonrisas fingidas, de gente viajando y exhibiendo la cara amable de sus vidas: sus hijos, sus logros académicos, su vida social, eventos, visitas a centros comerciales, a cine o a restaurantes exclusivos. Mostrar dolor o mostrarse patético está tácitamente prohibido, genera cringe (vergüenza ajena), repulsión social. Al dolor “se le priva, así, de lenguaje, expresión, de interacción social y personal” (p. 11).

El dolor es lo que nos individua, lo que nos provee la experiencia más profunda de nuestro ser; el dolor constituye el qualia, aquella cualidad intransferible que significa la experiencia para cada ser y que solo se experimenta en su interioridad. Puedo imaginarme el dolor de un amigo que se cae en la tabla y se golpea la cabeza. Sé que cuando un golpe así ocurre uno ve un destello y se siente aturdido y no puede levantarse porque el dolor se expande como mil hormigas que muerden de adentro hacia afuera. Sé eso, pero aun así no puedo experimentar el dolor del otro, aunque lo imagine y me compadezca, incluso aunque lo haya sufrido en otra ocasión, y esto es así porque el dolor es la huella orgánica y espiritual que todo ser lleva dentro de sí y es lo que tiene suyo de más propio.

Si se le quita al humano la capacidad para reconocer, nombrar y habitar el dolor, se le esteriliza como ser, se le coarta y se le cercenan sus posibilidades existenciales: se le reprime, se le violenta. Nos llaman la generación de cristal porque no podemos dialogar con la frustración, convivir con la imposibilidad. El budismo tenía esto claro hace milenios. El dolor, el malestar, es la primera noble verdad, la verdad del Dukkha, que Siddhartha formula así:

“Esta, oh monjes, es la Noble Verdad del, Sufrimiento. El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento. La pena, el lamento, el dolor, la aflicción, la tribulación son sufrimiento. Asociarse con lo indeseable es sufrimiento, separarse de lo deseable es sufrimiento, no conseguir lo que uno desea es sufrimiento. En una palabra, los cinco agregados de apego a la existencia son sufrimiento”.

El sufrimiento, el dolor, la aflicción, el flagelo o como lo quieran llamar, es la base de la existencia, es su fundamento. Todo lo que se despliega parte de allí y vuelve allí. Pero hay que recordar que las cuatro nobles verdades del budismo operan como un proceso medicinal. Primero se reconoce el malestar, luego se reconoce de la causa del malestar —en el budismo sería el tanhá: deseo, sed, apego—, para proponer un camino de curación de esta enfermedad que es haber nacido.

Algo que Villano avizora con agudeza es que el sujeto se atrofia si se le sofoca y elude la dimensión dolorosa de sí mismo. El universo está compuesto mayormente por hidrógeno (75%), la tierra es 70% agua, al igual que nuestro cuerpo. De la misma forma, se podría afirmar que el dolor es lo que más abunda en nuestro ser, es ese 70% de la materia tanto física como metafísica de lo que somos, es el hidrógeno de nuestro universo vital. Si se nubla y se oculta esa materia oscura, quedamos en una absoluta confusión y en un aislamiento dentro de nosotros mismos, totalmente ajenos a la naturaleza originaria.

La subjetividad actual está mediatizada, se habla más de una comunidad informacional que de una comunidad de sentido, según Cristina Corea. Con las redes sociales y el internet surgió una nueva subjetividad, a saber, una hiperkinética, saturada de estímulos e información, con déficit de atención. Villano menciona, a partir de lecturas como la de Byung Chul Han, que ya no somos seres sino usuarios. Lo que nos definía era la función que teníamos dentro del capital: abogado, celador, taxista, médico, profesor; los arquetipos reemplazaban a los nombres y a los seres que los portaban, como afirmaba Erich Fromm. Y, si bien eso es vigente en algún punto en el mundo laboral, ya la función dentro del capital está en un segundo plano. El número de likes y de seguidores mandan la parada, son el baremo actual del prestigio y la posición social. Ya ni siquiera importa la profesión que se ejerce sino la apariencia física, la forma de vestir, el alcance en redes que tiene una persona.

Si a esto sumamos el hecho de que las drogas y el alcohol, así como las series, las relaciones de pareja y los celulares son formas de anestesiarse, de evadirse, de huir a la angustia, se entiende mejor qué conlleva decir que el sujeto está atrofiado como existencial. No hay comunidad de sentido colectivo sino información dispersa y aislada, no hay arte que perturbe y nos desacomode sino posibilidades inagotables de entretenimiento ligero y complaciente, no hay un sentido profundo de la existencia individual sino modas, búsquedas artificiales de cosas que no queremos ser ni queremos tener, pero a las que accedemos con tal de obtener aprobación social.

Ante este este panorama la pregunta por la nada se destierra, se olvida. Se cubre de un velo a la angustia porque lo que importa es el placer a toda costa, aún a costa de nuestra propia destrucción. La positividad ilimitada, aún a costa de nuestra devastación. Porque en la modernidad líquida el sujeto siempre está insatisfecho consigo mismo, lo cual le es conveniente al sistema ya que así le puede vender objetos o experiencias que subsanen su carencia incesante.

El nihilismo, que es una derivación del pesimismo de Schopenhauer, Nietzsche lo orienta hacia un carácter afirmativo. Habría dos tipos de nihilismo: el derrotista, que sucumbe pasivamente a la interpelación de la nada y del sinsentido; y otro nihilismo, que sería activo. Para comprender este punto es propicio citar a Deleuze en su libro Nietzsche y la filosofía, donde establece y acentúa esta distinción dentro de la obra del filósofo alemán.

En principio, es el cuerpo el lugar donde la multiplicidad de fuerzas se debate. Se le denomina unidad de dominación al azar de fuerzas que se producen en el cuerpo. Dentro de estas fuerzas hay una distinción transversal donde está, por una parte, la fuerza superior, llamada activa, y, por otra parte, está la fuerza inferior o dominada llamada fuerza reactiva. Esta distinción de fuerza muestra lo que Deleuze llama la relación de la fuerza con la fuerza, que se da en un continuo donde no hay una medida clara de las fuerzas, y se hace necesaria la dualidad activa-reactiva para cualificar y jerarquizar las fuerzas mismas. En las fuerzas está la capacidad de mandar y obedecer. En el caso de la fuerza reactiva, obedecer es una de sus cualidades. Pero en este obedecer se encuentran facultades imprescindibles para la vida: conservación, adaptación y utilidad. Dice Deleuze citando a Nietzsche que el poder de la fuerza reactiva se constituye a partir de “los acoplamientos mecánicos y utilitarios, las regulaciones”.

La fuerza activa es, en definición, una fuerza inconsciente. La consciencia es en esencia reactiva, pues hace parte del organismo y de la concepción que nos hacemos del mismo. Por tal motivo la fuerza activa es de difícil aprehensión. No obstante, las fuerzas activas tienen una serie de características que sirven para distinguirlas: imponen, crean formas. La fuerza activa según Nietzsche es “el poder transformación, el poder dionisíaco”.

De esa manera el nihilismo que Nietzsche plantea es una fuerza activa, creativa, que lo que busca es utilizar la desvalorización de los valores supremos que guiaban la existencia con el fin de transmutarlos, trascenderlos, transvalorizarlos. Los imperativos morales, éticos y estéticos que buscan definir el bien y el mal, lo bello y lo feo, lo correcto y lo incorrecto, se destierran. Es decir, el nihilismo en Nietzsche es un no obedecer, es un alto en el camino del camello sometido, del hombre oveja; es decirles no a todos esos códigos que descomponen y reducen la fuerza activa de los seres, que les dice qué hacer y les impone principios conductuales. Que no hay hechos sino interpretaciones quiere decir que no hay nada definitivo, sino que la relatividad es parte inherente de todos los tipos de relaciones establecidas con el cuerpo, con el sexo, con el saber, con el género, etc.

Aunque Villano no cae en moralismos, sino que describe esta situación del sujeto reducido a simple usuario, sí hay sugestivas propuestas implícitas. El nihilismo activo es un camino posible de acercarse como individuos a todo eso que negamos. Se trata de una afirmación de absolutamente todo, incluso de aquello que nos destruye, diría Nietzsche. Este tipo de nihilismo vitalista lo veo como una apertura, un abrirse desde el sí: decirle sí a un momento es decirle sí a la existencia entera. Villano percibe que el cambio podría surgir desde la forma de concebir el sujeto de otras maneras:

“Desalojar el yo del usuario que representa al yo. Entenderlo como una praxis existencial dudosa y agotada, segura y contenta, en suma: como contradicción, como perplejidad, como persona, y no como dato, no como algoritmo, no como un objeto al cual se le atiborra con ruidos, informaciones y productos” p. 20

Una nueva concepción holística del sujeto es el epítome del ejercicio del fracaso, pero hay otros modos, pequeños, desde los que se puede hacer resistencia a los índices de productividad y de rendimiento. Ilustrativamente, dice Villano:

“Una de las maneras más honestas de hacerle óbice a los paradigmas neoliberales consiste en ejecutar actividades ajenas a los índices de productividad: caminar por caminar, correr por correr, escribir por escribir, sin esperar resultados: simplemente por divertimento” p. 24

En síntesis, lo que buscaba Nietzsche, y resuena en Villano, es un avivamiento de las fuerzas activas que residen en nuestro cuerpo y nuestra psique, las cuales están siendo mermadas por el sistema con el fin de hacernos seres puramente reactivos, que suelen obedecer consignas y lógicas mercantilistas de la vida y de sus interacciones a partir de la positividad tóxica del tú lo puedes todo.

El debate futbolístico

Profanación es un término usado por Agamben para hacer referencia a la reinvención de la manera como interactuamos con el mundo.

El fútbol profesional colombiano es profundamente mediocre en el juego, pero refinado en su exhibición (al punto de que ahora toca pagar a canales privados para ver partidos que antes eran de televisión abierta).

Los periodistas que comentan el fútbol son un tema nodal de este ensayo. Ellos promueven un ánimo incendiario, promulgan divisiones y polarizaciones maniqueas sobre tal o cual jugador, tal o cual equipo, es decir, no debaten, no discuten sino que imponente puntos de vista categóricos, sin matices ni complejidad en su argumentación, movidos por los prejuicios.

De nuevo acudo a Martín Kohan, quien hace una distinción entre provocación y polémica. La provocación es un gesto vacío, adolescente, de querer ir en contra de algo porque sí, solo para llamar la atención; este gesto no suscita ninguna reflexión duradera. La polémica involucra una sustancia conceptual y argumentativa. Es claro que los periodistas deportivos de este país no polemizan, sino que provocan porque están al servicio del espectáculo, en último término: al servicio de los mecanismos de dominación cultural.

No obstante, los picados de barrio, donde el señor que vende cholados en la tarde hace de árbitro en la noche, es una forma de profanación del fútbol, pues es un lugar donde no hay cámaras ni mercantilización del juego sino puro y simple goce, pura y cruda pasión. Quizá allí resida otra forma de resistir a las lógicas empobrecedoras de la experiencia de estar vivos. Quizá allí, desde la profanación, se puede restablecer nuestra intimidad con un juego muchas veces abusado y saqueado por el sistema.

Una apología a la negatividad del amor

El amor en el marco del sistema actual hace del otro un objeto de consumo sentimental, la otredad se ve reducida. El otro, dada su inconmensurabilidad, es por naturaleza irreductible, esto lo sabía Lévinas. El otro no se puede encajar ni circunscribir a una imagen o a un concepto; el otro, de hecho, no es el infierno como pensaba Sartre, sino el infinito. El otro me amplía, es lo inabarcable, el territorio de lo inagotable. Pero el sistema neoliberal, con la mentada positividad, impide explorar esa tierra inhóspita e incierta que es el otro. El confort es el paradigma, evitar el sufrimiento es la misión. Por eso tememos comprometernos con otro ser, por eso idealizamos al otro en lo que queremos que sea y no en lo que es, por eso el miedo al otro y a su amplitud incomprensible, por eso mejor el ego conocido que una vastedad por conocer, por eso mirarse el ombligo y reducir al otro a simple fuente de placer, a masturbación, es lo que deriva de esta forma de interacción humana que propone el neoliberalismo.

Villano trae a colación la película Her (2013), donde esa realidad distópica no dista mucho de la nuestra actual. Es preferible, para el protagonista, un sistema operativo que lo escucha y lo complace en todo, a una persona (a quien no se podría escuchar porque el narciso solo quiere hablar de sí mismo). Impaciencia, saqueo de la otredad como mercancía de consumo, narcisismo, idealismo del amor son algunos de los elementos que componen nuestra actual forma de amar. El amor no debe doler, debe ser arcoíris y placer, no debe perturbar, el amante debe ser igual a mí y debe complacerme en todos mis caprichos, entre otros supuestos, aparecen en este ensayo.

Las oscuridades que conlleva amar a alguien (con todo y sus luces) conforman una fuerza que, incluso, tiene una gran potencialidad artística. El duelo por un amor ha sido el escenario propicio para generar obras de arte. Ningún fármaco puede frenar las mareas de dolor por una tusa, ya lo cantaba Alejo Durán:

“Yo creía que un mejoral

podía curarme este gran dolor.

Yo creía que un mejoral

podía curarme este gran dolor,

pero que me va a curar

si es una pena de amor”.

Hay que dejar a la tristeza caer y renovar como lluvia las calles del pecho. En el dolor nacemos a una nueva forma de expresión y de ser, pero si solo se busca el placer en el otro, nos encerramos en un cuerpo que se ahoga de sí mismo. El amor se vuelve un mejoral si es soliloquio y no nos saca de nuestra individualidad, es decir, se vuelve un fármaco, un placebo. 

El escritor como mercancía

Dentro de los productos que se mercantilizan, la literatura no se salva. En el ámbito de la autopublicación y de las editoriales independientes proliferan obras mediocres. Importa el objeto, la publicación, el prestigio social de publicar y no el contenido de lo que se publica. No hay filtros ni examen concienzudo sobre los libros, sino que la ley de la oferta y la demanda es el único criterio de publicación. Publica quien tiene el dinero para pagar una edición, y ya, con el hecho de publicar, cree que es un escritor y que debe ser validado, porque otro de los síntomas constantes es el de la hipersensibilidad. Al ego del neoliberalismo no le interesa la crítica sino la complacencia, el regodeo y la palmada fácil en el hombro.

Las personas se sienten felices y realizadas cuando publican. Nadie tiene en cuenta que, como afirma Villano, la publicación de un libro no se celebra, sino que se discute. Siembra un árbol, ten un hijo y escribe un libro: quien publica quizá siente que cumple con una de esas supuestas tres obligaciones en la vida. El fracaso se elude. Es un ganador y un exitoso quien publica un libro: lo presume en sus redes, se muestra como alguien inteligente y sensible, en suma, como un producto más.

La literatura, además, se vuelve cosmética. La lectura se convierte en una actividad para antes de dormir, un audio libro para ir manejando, una experiencia agradable para acompañar un café:

“El público no quiere saber del dolor —así este atraviese toda la vida—: el público quiere el camino hacia la felicidad; el público no desea más problemas —así estos nos agobien día a día—: el público quiere salirse de sí mismo; el público no desea más preguntas, el público anhela las respuestas” p. 58

El ensayo

El ensayo genera preguntas. En filosofía muchas veces es más importante plantear una buena pregunta que hallar una respuesta. Así, el ensayo es ese catalizador de la creatividad de la duda. El ensayo se anquilosa, se llena del vacío del discurso académico, si se vuelve servil a las mañas grandilocuentes de adjetivación excesiva y gris, de profusión de referencias bibliográficas que ahogan y nada dicen: ahí perdemos esa potencialidad creativa del ensayo que, desde luego, existe y es ilimitada.

El problema es cuando, así como pasa con el fútbol, el amor o los libros, el ensayo se convierte en una mercancía (académica), es decir, en una transacción. Es sabido el asunto de los papers: entre más publicaciones indexadas tenga un académico, más posibilidades tendrá de acceder a ciertos puestos de trabajo en universidades o instituciones de investigación. Esto genera una depreciación del ensayo, pues se lo escribe, sí, pero es utilizado como medio para escalar socialmente. El ensayo se vuelve un peaje, un billete de acceso a la gran moneda.

El ensayo es un riesgo argumentado y es literatura. Y, como literatura, también dialoga con lo estético. Y, como objeto estético, puede explorar la belleza y la precisión del lenguaje. A mí me asombra cuando en un ensayo irrespeta los límites. Cuando un ensayo que parecía una rigurosa investigación sobre la fotografía (como La cámara lúcida de Barthes), se convierte en una confesión existencial y autobiográfica, conservando el tema inicial que lo detonó. Los académicos no se arriesgan, andan sobre seguro, pisan con fuerza en la burocracia de su mundillo. No quiero generalizar, hay grandes ensayos que nacen de allí, investigaciones fértiles e ingeniosas, proyectos teórico-prácticos con incidencia social. Se cambian estados de cosas, se aprende, se enseña. Pero no podemos negar que en muchas ocasiones se cae en el discurso vacío de las producciones universitarias.

El desparpajo que uno percibe cuando lee a Villano es la declaración de que, para él, el ensayo y la literatura en general son una experiencia creativa que echa mano del humor y divierte sin perder rigor. Intuir, indagar, dialogar, transgredir, preguntar, problematizar, interpelar son algunas de las funciones que, junto a Adorno, Villano atisba que puede hacer y preferiblemente hace un ensayo. Así se profana el ensayo, se lo salva de caer en la lógica del capitalismo cognitivo que lo reduce a mercancía académica.

Ribeyro y el fracaso como potencia creativa

Villano, al analizar el diario del escritor peruano, atisba un hecho vertebral de la literatura en relación a la vida: se escribe porque hay una insatisfacción, se escribe porque el mundo tal como es se presenta adverso, contrario, extraño. De esa perturbación y desasosiego es que sale el combustible para escribir. Ribeyro hizo del pesimismo una estética, una reivindicación del acto creativo. Si ya se conquista la serenidad y la felicidad, no queda nada. La ataraxia esteriliza al ser humano, le impide su desarrollo como existenciario, ya que el movimiento lo imprime el sufrimiento: el fracaso es cambio, metamorfosis. Así, la creación proviene de intentar cerrar esa herida fundamental, porque todos estamos heridos, como escribió Pizarnik. La pulsión creadora no surge, en último término, de la satisfacción, sino de un choque con el mundo. Eso lo entendió Ribeyro y por eso elegía perder, incluso cuando ganaba prefería ver la parte gris de todo triunfo. San Pedro puso una nube lluviosa sobre su cabeza y así pudo escribir siempre en tierra húmeda y fértil.

Derrota

Las vertientes que escoge Villano como objeto de discusión son explícitas y transparentes para mostrar el positivismo malsano de nuestra sociedad, un positivismo enfermo y voraz. Frente a este panorama, publicar un libro como este es claramente fracasar. Acompaño al autor y a los lectores en su fracaso. El 70% de nuestra materia es oscura, por lo cual leer este libro es un viaje al fin de esa noche que somos. Les invito a leerlo, no como publicista sino como crítico —como parásito, así llamaba Cepeda Samudio a los críticos—.

Antes de irme quisiera citar un fragmento del poema Derrota de Rafael Cadenas a modo de epílogo:

“Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

que creí que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

que poco me ha faltado para echar a correr por la calle

que he perdido un centro que nunca tuve

que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo

que no encontraré nunca quién me soporte

que fui preterido en aras de personas mucho más miserables que yo

que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición

que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. Es muy quedado, avíspese, despierte»)”.

(Quiero decir que el hecho de estar escribiendo este texto y de que lo hago solo por la necesidad de reflexionar, así como el hecho de que no me pagan por escribir esto, me hace un fracasado. Hoy levanto mi fracaso, me celebro a mí mismo y a todas las personas que llegaron hasta esta parte del texto, aunque no van a obtener bitcoins por leerlo. Gracias por hacerle óbice y resistencia al sistema).

Cristian Camilo Garzón

Nació en Bogotá en 1997. Es estudiante de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Pedagógica Nacional. Ha publicado ensayos y crónicas en las revistas: Puesto de combate, LALT, La raíz invertida, Los hermanos Chang; también ha publicado microrelatos en antologías de la editorial Quarks y en la revista Plesosaurios de Perú. Actualmente codirige la editorial independiente Totuma Libros.

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