Un acercamiento al extractivismo salvaje y al choque de dos mundos en La risa de García.
Por: Laura Rodríguez Mejía
En su tercera novela, La risa de García, traducida por Alexánder Martínez del francés, Joanne Rochette nos propone un diálogo cultural y político a través de la protagonista: Iris, una estudiante quebequense de doctorado en historia comparada, quien llega a Colombia para continuar sus estudios en la Universidad Nacional, en Bogotá. Por medio de las sensaciones “a la colombiana” que experimenta Iris desde el primer momento conoceremos lo político que se esconde en todas las capas de la existencia. Desde la exploración sensorial de la escritura, Joanne Rochette propone el cuestionamiento de las relaciones norte-sur y de América como equivalente a Estados Unidos.
La travesía académica de Iris la lleva a descubrir la situación de injusticia social, política, económica y ambiental que causan las mineras de su natal Canadá. Aunque su enfoque cambia, los sujetos se mantienen: los trabajadores. Mientras en el país del norte ellos cuentan con seguridad laboral y estabilidad económica, en Colombia la historia es otra: los mismos canadienses, que se vanaglorian de la justicia y equidad de su país en todos los ámbitos, causan estragos y precarizan. Buscan otras latitudes, otra ignorancia para explotar.
A medida que empieza a conectarse más con el territorio, las denuncias y las protestas que se llevan a cabo en diferentes territorios para detener “el progreso” que el Estado colombiano afirma traer con la explotación minera por parte de empresas canadienses, Iris debe enfrentar una realidad para la que no estaba preparada: el odio a los canadienses y el daño a su bandera. Ella está de acuerdo con las quejas y las denuncias de los colombianos; sin embargo, el descubrimiento de esa realidad es amargo porque su familiar salió adelante dedicándose a la minería en una zona de la provincia de Quebec; al hablar con su hermana Camille lo recuerda:
¿En nuestro país, Camille, en tu país, el oro? Lo descubrimos muy tarde en el país de nuestros padres. Ya no había más esclavitud en el siglo XX, pero resultó muy conveniente la presencia de una mano de obra barata, esos canadienses franceses poco instruidos que necesitaban trabajar (…) Pero bueno, se explotaba otro recurso que iba a dar infinitamente más ganancias que un ciervo o una trucha, decían (p. 68).
Uno de los lemas nacionales canadiense era, por lo menos entre 2016 y 2017, “The world needs more Canada” —El mundo necesita más (de) Canadá—. La propaganda mostraba gente de diferentes fenotipos ayudándose. Para muchos este país del norte ha sido un lugar de recibimiento y acogida, por ello es ampliamente conocido como un país hecho de inmigrantes. En general, se puede decir que la gente efectivamente es amable; hay seguridad (política, social, económica y ¿ambiental?), y diferentes comunidades conviven en paz.
A grandes rasgos, Canadá se divide en dos partes: la anglófona y la francesa. Durante varias décadas, la provincia de Quebec ha querido separarse de Canadá. La separación no se ha dado, pero ha habido varios intentos, uno de ellos es el citado en la novela: la Révolution tranquille, sobre ella se puede encontrar información en la nota al pie 5, página 41. Una de las características de esta traducción son las notas al pie del traductor. Algunas de estas notas, como las de las páginas 41, 45, 154, entre otras son esenciales para entender el contexto que denuncia Iris. Hay otras que tratan aspectos de la realidad colombiana que juegan bien con los personajes colombianos de la novela: Sandra y Juan Paulo, quienes, a pesar de estar de acuerdo con las denuncias, siguen creyendo que en el país del norte las cosas son “mejores”. Cuando Iris le cuenta a Sandra que su padre trabajó en una mina le cuesta trabajo creerlo; es diferente porque ella, de todas formas, pudo ir a la universidad y aquí eso es “imposible”. Luego argumenta que las cosas aquí están jodidas porque hay corrupción, a lo que Iris responde que esta también existe en otras partes (no dice explícitamente Canadá porque ella no va a creerle); la única respuesta a la que atina Sandra: “¡Aquí estamos en la Edad Media!” (p. 75). La Edad Media, de hecho, no fue una época tan oscura como nos quieren hacer ver, pero esa es otra historia.
El desconcierto que causa Sandra va más allá de sus visiones sobre los países ricos, como ella los llama. En otra conversación con Iris, esta vez sobre Colombia y la decisión de instaurar la capital en el centro y no cerca a un río o a un mar (Ottawa, la capital de Canadá, está cerca de un río), Sandra le dice que piensa muy a la europea. Para los muiscas el mejor lugar era el punto más alto de la Sabana, pues desde allí podían ver todo el territorio.
La edición de esta traducción no solo es minuciosa, hay citas que detallan el proceso de traducción de algunas expresiones que para quien se dedica a la traducción o siente pasión por los idiomas son fascinantes, sino hermosa. El libro que el lector recibe es a color: la portada sintetiza de una forma armoniosa los elementos y temáticas que se abordan, y las páginas interiores están impresas a dos tintas —verde y salmón, sobre este último color no estoy segura porque no soy diseñadora—.
Podría escribir y escribir mucho más sobre este libro, pero entonces esto ya no sería un intento de reseña y les habría arruinado la oportunidad de adentrarse a un texto que no solo nos habla de cómo nos ven/vemos y vemos a los demás, sino que también es una pieza de colección.
Rochette, Joanne. La risa de García. (Trad. Alexánder Martínez). Filomena Edita – Makandal Ediciones.
Laura Rodríguez Mejía: editora y traductora independiente. Hasta hace poco fue editora general de Lugar común.