Por: Samuel Whelpley
Si se me permite una analogía química, en la obra de Carlos Granés Maya (1975) se efectúa un proceso de destilación cultural en sus diferentes libros: Antropólogo cultural y estudioso de las relaciones entre el arte y el poder económico y político, en El Puño Invisible (2011), en La Invención del paraíso (2015) analiza las vanguardias a través de la historia del Living Theatre, tema que luego amplía en Salvajes de una nueva época (2019), analizando el poder económico, para finalmente decantarse en Delirio Americano (2022) a una historia de las vanguardias y el poder político a lo largo del siglo XX en América Latina. En este último libro se entiende cómo vanguardias y política ayudaron a la construcción de una idea “mítica” de América Latina, y como esa construcción mental y social se estrelló en más de una ocasión con su realidad, a través de su uso político.
Delirio es un libro exigente, absoluto, que es también el relato de un sueño y un fracaso. De ese libro se sale desengañado de la realidad de América Latina y a la vez fascinado con la riqueza cultural de ella. De allí pareciera que no hay mucho más que decir, y volviendo a la analogía química solo queda tomar lo que sobra de la destilación, a ver si se puede sacar algo nuevo. La respuesta a esta inquietud es el delgado volumen Antiutopías, publicado en abril de 2023 por Angosta Editores.
Antiutopías, que además es el título de la columna del autor en el periódico ABC, es una selección de cuatro textos publicados entre 2011 y 2022, que desde el epígrafe de Voltaire muestran el talante del libro: Criticar las fantasías que se han tejido sobre América Latina, en particular desde la visión de buscar paraísos perdidos en nuestro pasado; mostrar como esa mirada no deja de ser una visión heredada de la idea del buen salvaje, o de la concepción religiosa del hombre antes de la caída. Una visión que, nos recuerda Carlos, es una idea europea deformada, una idea de siglos, resultado del cansancio de la modernidad y sus errores, que se presta a excesos e interpretaciones interesadas (tema que desarrolla en Latinoamérica como baratija y Las contradicciones del pensamiento decolonial) pero también, como esa búsqueda en el fondo es profundamente conservadora, llena de elementos fascistas que puede servir muy bien en el arte, pero muy mal en la política.
En estos cuatro textos asistimos a una visión de América Latina como una ficción europea, una especie de sitio turístico donde se refuerzan los tópicos europeos acerca de América como un lugar ajeno a ciertas tradiciones modernas, y como esto es aprovechado por unos cuantos avivatos; todo ello resultado del desencanto con la modernidad que fue incapaz de construir sus utopías sociales, llámense comunismo, fascismo o socialismo. Sólo el capitalismo con su lado inhumano queda, y el buen salvaje latinoamericano puede ser la redención. Pero no, eso no ocurrió. Como bien recuerda Carlos, el exotismo europeo y la fascinación por América salvaje, solo ha terminado produciendo productos americanos para consumo europeo:
“ciertos escritores latinoamericanos no muy talentosos se refugiaron en el “compromiso” como salvoconducto literario. Están en la primera fila de todas las actividades político-culturales del establishment europeo y cumplen el papel que se espera de ellos, que es provocar lástima”
El Síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa, Citado en Latinoamérica como baratija.
La pornomiseria que muestra a los latinoamericanos como víctimas de desalmados extranjeros y sus aliados locales (y aquí pienso en Las venas abiertas de América Latina, que más allá de su escasa profundidad investigativa, con su enorme éxito afectó de manera grave la psiquis americana, al mostrar a América como un lugar explotado por crueles poderes imperiales. Las “víctimas” teníamos buenas razones para llorar) nos ha impedido entendernos como iguales ante el resto del mundo. Eso sumado al creciente dominio de los estudios decoloniales y Cultural Studies que se enfocan en los agravios, y que: “no combaten los prejuicios y estereotipos primermundistas sobre América Latina, sino que los compra todos, absolutamente todos, en algunos casos por ingenuidad, en otras por simple oportunismo” (Las contradicciones del pensamiento decolonial pág. 59)
El último de los ensayos, A lomo de mula: Pinceladas sobre la modernización cultural en Colombia, es un recorrido sobre la llegada de la modernidad artística a Colombia. Si 1922 fue un año crucial para la modernidad latinoamericana, en Colombia, la fecha de iniciación llegó en 1925 con el grupo de Los Nuevos, que, pese a su carácter de vanguardia, no lo fue tanto. Por un lado, se volvieron cercanos al comunismo, por el otro cercanos al fascismo. Sin embargo, sus esfuerzos fueron marginales. Con la llegada de la república liberal, y el movimiento Bachué creado por Rómulo Rozo le apareció un gran contradictor: Laureano Gómez. Para Laureano esa exaltación de lo indio y lo negro atentaba contra las raíces hispánicas de la república y se dedicó toda su vida a combatirlas. Tuvo inesperados aliados: Junto a la crítica moral de las pinturas murales de Pedro Nel Gómez o los cuadros de Débora Arango se añadió la crítica nada velada por parte de muchos intelectuales, que vieron la exaltación terrígena de Colombia como excesiva. Tendrían armas para combatir. Bolívar sería esgrimido como argumento; pero no fue Laureano, sino la argentina Marta Traba quien pondría la tapa del ataúd al movimiento al considerarlo, en los años 60, caduco. García Márquez y pintores como Ramírez Villamizar, Negret, Botero, abandonaron el arte figurativo por el cosmopolitismo. La modernidad había llegado, incluso con sus contaminaciones: el compromiso político, la construcción de la nacionalidad (¡ay, las contradicciones!) y la inefable corrección política.
Antiutopías. Si se entiende como sociedades indeseables surgidas de las tendencias sociales de hoy, el título del libro está muy bien puesto: Gran parte del arte de vanguardia, bien sea que mire hacia nuestros orígenes o hacia el futuro, constituye visiones totalitarias que degeneran en una pesadilla narcisista y excluyente. En política, el cambio se vuelve nativista: el pasado inmediato es corrupto, profundamente contaminado, de sociedades al borde del abismo, de héroes, visionarios traicionados y paraísos perdidos (por ejemplo, Bolívar de nuevo, como monigote al uso) a los que hay que volver para alcanzar el verdadero progreso. Pero como nos recuerda el autor, las utopías están muy bien para los artistas, pero son pésimas para los políticos:
“El político. El funcionario, el académico que descifra la realidad, y tiene responsabilidades públicas, en cambio, que desista. La utopía es un lujo pasadista de gente con muchas musas y pocos callos en las manos que no nos podemos dar.”
Al final, estamos ante una defensa de la sensatez, la ilustración, y su principal producto político: La democracia liberal.
Ficha del libro:
Antiutopías.
Carlos Granés, abril de 2022.
Angosta Editores, Medellín