A propósito de La Casa de los Vientos, de Gabriel Rimachi Sialer
Por Mario Suárez Simich
La diversidad de la narrativa peruana actual, que abarca subgéneros que van desde el gótico o la ciencia ficción hasta el policial o el histórico, tienen un punto de intersección, una impronta signada, quiera o no el autor, sea evidente o no en el texto, por los años de la violencia política que sufrió el Perú desde inicio de los años 80 hasta mediados de la década de los 90 del siglo pasado. Desde lo manifiesto en los textos de la denominada “narrativa de la violencia” o de “la post violencia” a las entrelíneas de los otros subgéneros. Estar atento a esta impronta es necesario para entender lo que escriben hoy los narradores peruanos de las últimas generaciones.
La novela La Casa de los Vientos (Editorial Casatomada, 2022, Lima, 315 págs.), de Gabriel Rimachi Sialer, no debe ser ajena a esta lectura, máxime de un escritor que, en su libro anterior, Historias Extraordinarias (Arsam, 2020) y en palabras del crítico Salvador Raggio sobre estos cuentos: “…varían de acuerdo con las intenciones, pasando de los dominios del gótico clásico al coqueteo con el surrealismo blando…”. En esta novela Rimachi abandona la clave fantástica y aborda una historia narrada desde una óptica que podemos denominar realista, pero se hace necesario que el análisis de la misma vaya más allá de ese aparente realismo. Si bien el argumento principal es la odisea vital de Octavio Correa, un muchacho de clase media acomodada de Lima de fines del siglo XX y el calvario que tiene que sufrir en todas las etapas de su vida por ser homosexual en un país como el Perú, hay otro que se sostiene a lo largo del texto y vertebra la novela para la lectura que queremos hacer de ella. El hombre que será su padre, y toda la familia paterna, sufre una “maldición” de la muchacha de servicio, violada por el hermano menor, obligada a abortar por la madre y estéril a causa de la intervención. Esta “maldición” sería la razón de la homosexualidad de Octavio.
La muchacha, ya en persona o como una figura espectral en los sueños de Octavio, hace su aparición en varios momentos a lo largo de la trama. ¿Es esta “maldición” o las apariciones oníricas algo que transcienda “lo real” al interior del texto para poder calificarlo de fantástico? Por otro lado, la vida y lo sufrido por Octavio desde el colegio, la universidad y la vida personal y profesional, sin dejar de ser realista, es hiperbólico; no existe vejación, ultraje, maltrato, desaire o desgracia que no experimente. Tanto así que, en un contexto de “lo real” podría ser acusado de inverosímil o incluso como un “manifiesto” anti homofóbico. Para una lectura de esta novela proponemos entretejer lo que dice en sus entrelíneas, tomando el argumento no como realismo sino como forma de “alegoría”; entretejer la odisea vital del personaje con el contexto político-social en el cual se gesta y dentro del cual el texto cobra sentido.
El narrador signa en varios capítulos este contexto político y también social en el que se desenvuelven los personajes y el país; del mismo modo, da información de algunas acciones de los grupos alzados en armas en los años en que estuvieron en actividad, primero como hecho externo a su entorno y ajeno en lo personal, estos sucesos parecen ir en cuerdas separadas ya que la trama se centra en las vicisitudes vitales de Octavio en el pequeño submundo de la clase acomodada limeña a la que este personaje no pertenece de pleno derecho. Está en unos mejores colegios limeños porque su padre es profesor en esa institución y vive en una zona residencial. “La Casa”, que es también un personaje, no les pertenece en propiedad, pues es la herencia a compartir del abuelo materno; Octavio es pues, el “becado” y “arrimado” pobre, solo un invitado al banquete de vida y privilegios de las clases altas de la capital. Son estas circunstancias, y su condición de homosexual, las que le van a permitir a Octavio jugar un papel de bisagra entre esa realidad burguesa y la nacional.
En este punto hay que responder a la interrogante planteada líneas arriba sobre si la “maldición” lanzada por la muchacha de servicio, sus apariciones oníricas o la creencia de estar “maldito” asumido en algún momento por el personaje es un hecho que trasciende de lo real a lo fantástico:
“…como si, desde mucho tiempo atrás, alguien le hubiera echado una maldición de la cual hasta ahora no podía escapar.” (pág. 159)
Con todo lo que le sucede a Octavio, es lógico que el personaje se pregunte si aquello es producto de una maldición, que en su caso sería la de ser homosexual; esta “maldición” sería heredada del padre, quien no tuvo nada que ver con los abusos de su familia con la muchacha de servicio y que también es una “maldición” para él: la de tener un hijo gay. Evidentemente tal maldición no existe, y si existe es como una formulación verbal, el deseo de “venganza” de alguien que no ha podido alcanzar la “justicia”. Y es a este nivel de significado que hay interpretar el hecho, porque es el que desencadena y da sentido a la trama.
Si entendemos la “maldición” como el hecho desencadenante, el nivel de significado de ésta sería el de “injusticia” y será la injusticia, en todos sus niveles, los que dan origen a la violencia de los hechos. En varios momentos del relato las entrelíneas de lo que sucede “afuera” se entrecruzan con lo que sucede al “interior” del submundo de Octavio. Al iniciar el capítulo 11 el narrador reseña la matanza de pobladores de la etnia Asháninka perpetrado por Sendero Luminoso en agosto de 1993 y agrega que después de la matanza los subversivos “…les habían rebanado las orejas a catorce niños.”(pág. 116). Octavio y sus amigos están a las afueras de Lima en un retiro espiritual, pero siguen las vejaciones e insultos contra él por su aparente homosexualidad. Harto de la situación:
“Cerró los ojos y pensó si sería bueno en ese momento cerrar el portón de aquella sala enorme para incendiar las cortinas y que todos murieran asfixiados mientras cantaba su viaje en una barca visitando la libertad, la libertad, la libertad… y que aparecieran los terroristas de Satipo y les arrancaran las orejas a todos, a punta de navaja; que los mataran a machetazos y puñaladas, que los desaparecieran del mapa a todos en el río Rímac” (págs. 120-121).
Es el mejor ejemplo de que la violencia impune (injusticia) que sufre Octavio al interior de su submundo es, a juicio del personaje, merecedora de la violencia que hay al exterior de él. Más adelante reconoce con más claridad:
“No podía ir a la universidad, a empezar una nueva vida, con tanta violencia contenida en su interior.” (pág. 138)
Los vientos que asolan la casa de Rimachi Sialer forman parten y dan fuerza a la tempestad que asoló al Perú en los llamados “años de la violencia política”. Como Octavio Correa, todos los peruanos hemos sufrido la fuerza de esos vientos adversos y castigadores; como Octavio Correa, todos nos hemos preguntado en algún momento de nuestra vida si somos víctimas de alguna maldición ancestral. Claro que tal maldición no existe, pero sí una injusticia primigenia sin solucionar, que en muchas ocasiones los vientos de la historia arrastran y transforman en una tempestad de violencia. La casa de los Vientos es una novela elaborada por un escritor de sólida prosa que está en busca de un estilo propio, que domina las técnicas narrativas y propone una interesante trama narrativa. Una novela de lectura obligada para entender al Perú de las últimas décadas.