Son un largo gemido
todas las calles que conozco
Rogelio Echavarría
Por Álvaro Neil Franco Zambrano
En el libro “Barrio Bomba”, de J. J. Junieles (Sincé-Sucre, 1970), encuentro una puerta de entrada caracterizada por un contraste entre una Bogotá gris (inmersa en la rutina, cuyo cielo es adorado por el cerro de Monserrate y unos cuantos edificios antiguos ubicados en el centro de la ciudad), con un mural donde resalta la alegría que caracteriza los colores luminosos del trópico. Desde esta suerte de umbral, ya se pueden vislumbrar las oposiciones que intensifican y le dan sentido a los días que uno tras otro son la vida, en la vecindad de Barrio Bomba: Dios y el Diablo viviendo bajo el mismo techo, el infierno y el paraíso, la oralidad y la escritura. “Entre dulce y agrio”, decía mi mamá.
En el mismo, se destaca el rostro serio de un joven afrocolombiano o indígena de mirada profunda, que tal vez representa la migración de estas comunidades a la gran ciudad, en busca de sueños y oportunidades. En cualquier caso, este rostro tan seguro de sí mismo es uno de los múltiples mapas que a diario recorren desde su raíz y su ala, este laberinto de callejones sin salida, donde a punta de lucha y esfuerzo florece la esperanza.
La combinación de colores entre el magenta de las guardas y el crema de naranja de las solapas y la tapa posterior, me llevó a imaginar las fachadas irisadas de las casas de Barrio Bomba, donde se le sonríe a la vida, a pesar de las dificultades.
Barrio Bomba está compuesto por 23 manzanas mordidas de manera brutal por el infierno y perfumadas por el paraíso: “Mi nombre, ladies an gentlemen es Adán Bonanza. Me llamaron así por ser la primera criatura nacida en Barrio Bomba, como el primer habitante del jardín del Edén”. Sus títulos y las hazañas cotidianas que ocurren en ellas, propias de la literatura épica, recuerdan las locuras de Don Quijote de la Mancha. Es por eso que el camino de Barrio Bomba es largo y culebrero.
Barrio Bomba simboliza las enseñanzas y aprendizajes que la universidad de la vida sembró en el corazón de nuestros padres. García Márquez dice que a la vida no le enseña nadie, y Óscar Wilde agrega que “La educación es algo admirable, pero conviene recordar de vez en cuando que nada que merezca la pena conocer se puede enseñar”. Es así como las calles de este barrio popular se convierten, para bien y para mal, en las maestras que despiertan la imaginación de cada uno de sus habitantes. Los cuales proceden de diferentes culturas y partes del mundo. Hecho que contribuye al enriquecimiento de las ideas que iluminan este arrabal en constante erupción.
Cabe resaltar que el autor tiene como punto de partida para su viaje cosmopolita e intergaláctico, la idea expuesta por Kavafis sobre el destino, en su poema referido a La ciudad. Es así como algunos de los personajes de este suburbio arrastran por el mundo sus fracasos y terminan como los perros de la cuadra, girando sobre sí mismos sin poder morderse la cola; también hay personajes que a pesar de las vicisitudes, logran cambiar el sentido de sus vidas por medio del amor, y van a parar a otras ciudades donde sus sueños se hacen realidad. Junieles es un maestro del contraste y entiende muy bien que el amor y el desamor son dos caras de una misma moneda, y que la luz no existe sin la sombra.
Junieles también le saca provecho a esta idea de Kavafis, para proponer un Barrio Bomba que no se queda quieto y se aparece como un fantasma en todas las ciudades del mundo. Él mismo nos habla de los Barrio Bombas que han pasado por su vida de vagabundo irremediable: “barrio Getsemaní y lo Amador (Cartagena de Indias); barrios Majagual y el Cortijo (Sincelejo), barrio Tepito (México D. F.), barrio Lavapiés (Madrid), barrio Kreuzberg (Berlín); y los barrios de Las Nieves, Centro, La Candelaria, Perseverancia y La Macarena de Bogotá”.
Es bien sabido que la sabiduría consiste en poner en práctica los conocimientos adquiridos en las diferentes situaciones que se nos van presentando en la vida. En las calles salvajes de este libro, la mayoría de los personajes sigue respirando, gracias al poder de las frases populares que funcionan como un conjuro contra el mal de ojo y los demás peligros que acechan los pasos en falso dados por sus habitantes.
Algunas de estas máximas son de carácter sagrado y han sido heredadas de generación en generación. Es así como la abuela Sagrario es una suerte de ángel de la guarda que bendice a la comunidad con sus santas palabras: “Nos salvamos porque arriba de Dios no vive nadie”, “El dolor pasa, muchacha, pero la gloria del Señor es para siempre”. Bien se pudiera decir que Barrio Bomba es la Biblia de los dichos populares; hay frases de todos los calibres y para todos los gustos; algunas de ellas se ponen del lado del Diablo: “El que por gusto es triste, que se vaya a quejar al infierno”, “pero es que no falta el que le vende el alma al Diablo y no le importa el dolor ajeno”. La expresión anterior se refiere al caso específico de los sicarios.
El conocimiento adquirido por medio de la superstición (casi todos los personajes provienen del sector rural, debido al desplazamiento forzado), también contribuye a generar una estabilidad emocional y a ahuyentar los peligros y los enemigos, representados por el diablo: “¡Hacía protecciones con collares de piedras y tatuajes que él mismo pintaba con agujas en el cuerpo, y daba la instrucción para limpiar los caminos!”.
En alguna parte del libro uno de los vecinos de Barrio Bomba hace la siguiente afirmación: “La cura para los males es el arte”. Y es que la cultura, especialmente la música, es otro aspecto fundamental que universaliza la visión de mundo de las personas que habitan Barrio Bomba. De tal manera que las viejas esquinas del barrio se sostienen gracias a la historia maleva de Pedro Navaja; personaje protagonista de la salsa brava, donde se reconocen los habitantes de estas calles en constante declive (Calle Luna calle Sol, interpretada por Héctor Lavoe). Tampoco falta el tango que nos embriaga de nostalgia a través de ese animal herido llamado bandoneón: “Por una cabeza, todas las locuras. / Su boca que besa, borra la tristeza, calma la amargura”. Ni la brisa Caribe que nace en los boleros y acaricia el alma endurecida por los reveses de la vida: “Poniendo la mano sobre el corazón/ quisiera decirte al compás de un son/ que tú eres mi vida/ que no quiero a nadie/ que respiro el aire, que respiro el aire, que respiras tú”.
Junieles migra de la riqueza característica de la oralidad a la tecnología de la galaxia Gutemberg, en el momento en que la gente de Barrio Bomba se vale del grafiti y los avisos públicos para cuidar su economía apretada y expresar sus inconformidades contra el sistema que los oprime y los mantiene en la marginalidad: “hoy no fio, mañana sí -antes de consumir, consulte su bolsillo- el que fiaba se murió, mala paga lo mató.”; “Se veían en las paredes de Barrio Bomba muchos grafitis. Había uno que se repetía mucho “¡Vive y deja vivir!” (…) “De su cultura dependen los golpes”. Y caminabas y leías en silencio los postes y paredes, acribillados de letreros que seguían anunciando mesías, políticos, curas”.
Es importante aclarar que en Barrio Bomba, (según lo expuesto por Walter J. Ong, en Oralidad y escritura), la escritura funciona como un complemento de la palabra oral. Y que en la misma pervive el poder mágico de la memoria colectiva, que no solo reconstruye el pasado, sino que fortalece las raíces culturales de la comunidad. Así las cosas, los dichos populares y las historias de Barrio Bomba se convierten en palabras sagradas o leyes que hablan del origen, de las epopeyas cotidianas; palabras que de no cumplirse pueden despertar la ira de los dioses o la furia del Diablo.
Walter Ong también menciona la lucha entre los proverbios. Lo que en el caso de Barrio Bomba vendría a ser el enfrentamiento entre los dichos de Dios y los del Diablo, especie de piqueria vallenata que va subiendo de tono a medida que las respuestas van tocando los círculos del purgatorio o las puertas del cielo.
En lo relacionado con las historias, Nicolás Buenaventura Vidal nos habla de familias de relatos orales que construyen caminos que se cruzan e imbrican diferentes temas por medio de la conversación. Caso específico de Barrio Bomba, donde hay historias dentro de otras historias, a la manera de las cajas chinas o las muñecas Matrioska, hasta el fin de los tiempos.
El cine (la constelación de los hermanos Lumière) es otro arte fundamental que contribuyó a expandir la cultura popular de Barrio Bomba. Imagino que los vecinos que asistieron a la primera función vespertina, tuvieron la impresión de haber visto una especie de caja de Pandora, donde asistían a un encuentro con todos los fantasmas del pasado, y por este motivo, todos salieron corriendo.
En esta parte de la película, me es imposible no recordar otros cinemas con raíces caribeñas; a los que alguna vez habrán ido los personajes de Barrio Bomba, se trata del teatro fundado por don Bruno Crespi, donde muchos años después de haberse fundado Macondo, se pasó un filme sobre “Un personaje muerto y sepultado en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción”, este “reapareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente. Motivo por el cual “ El público que pagaba dos centavos para compartir las vicisitudes de los personajes, no pudo soportar aquella burla inaudita y rompió la silletería”, y de Cinema Árbol, de Efraím Medina Reyes; en esta sala construida en un patio refrescado por los mugidos del mar y la danza perenne de las hojas de matarratón; hay un árbol (el árbol camajorú, de Rómulo Bustos Aguirre), al cual se encaramaban los niños y los jóvenes de Ciudad Inmóvil, para contemplar las imágenes en movimiento de la Ciencia ficción y escuchar la banda sonora interpretada por el corazón de un astronauta, proyectadas en un teatro de la vecindad: el teatro Apolo.
Finalmente, el mar de las historias que acompaña a los hombres desde el amanecer del tiempo, y los pregoneros que llenan de colores, olores y sabores el alma de las calles, y venden repuestos para las ollas de barro: “Yo soy el inventor de andar parao (…). Yo descubrí el poder de dormirse uno acostao”, junto con los piropos que encabritan el tumbao de las mujeres: “¡Si amarte fuera pecado, yo habría nacido en el infierno!” y los apodos que descubren las identidades ocultas que tienen las personas: “Tornillo Flojo”, “Rompe Botones”; contribuyen a sembrar los árboles de la sabiduría en el espíritu colorido y a la vez tenebroso que ronda ese callejón de los milagros llamado Barrio Bomba.