Sobre Aquellas pequeñas cosas o el chascarrillo de Tío tombo, novela de Sergio Muñoz
Por Cristian Garzón
Leer Aquellas pequeñas cosas o el chascarrillo del Tío tombo es como despertar prendido después de una farra y que de desayuno ofrezcan un vaso de chirrincho; leerla es como tener un tufo cuya alta puntuación en el alcoholímetro significaría un día de suerte para cualquier tombo de tránsito; leerla es como jugar Counter Strike con una Poker al lado y regarla porque movimos la pierna cuando nos dispararon y decimos: «jueputa, Fercho, traé el trapeadero».
En un estudio sobre el escenario social donde se implementó el código de policía del 20161, se concluyó que 53.6% de los entrevistados consideraban que los policías no respetaban los derechos humanos. El 12.9% manifestó haber presenciado una de las principales actividades económicas de las fuerzas policiales: pedir sobornos. Este último porcentaje me deja grandes dudas, debería leerse al revés (92.1%) para convencer. Lo cierto es que la institución es intachable y que, como muestra de ese orgullo patrio, Sergio Muñoz escribió una novela donde llegamos a encariñarnos con el Tío tombo y sus pequeños deslices, pero ojo, todo siempre en nombre de la gente de bien.
Leer Tío tombo es como: (rellenar espacio con lo alguna comparación). Insisto en la metáfora porque Sergio ha manifestado su radical aversión a la tendencia de analizar obras desde metáforas que, según él, son imprecisas, intercambiables y vagas. Decir que leer Tío tombo es como un guayabo curado con cerveza o como el primer trago de biche que calienta el gaznate, es decir cualquier cosa, pero no estoy de acuerdo. La metáfora se la considera como un territorio pre-lógico, se la vincula al mito y a la imaginación, pero es un modo de acceso y de creación de la realidad. Cuando el concepto se queda corto, la metáfora brinda respuestas y les insufla sentido a las experiencias. Así la metáfora no siempre sirva para realizar reflexiones teóricas, semióticas o socio económicas de la literatura, sí sirve para decir qué nos hizo sentir un libro.
Digamos —para seguir sacándole la piedra al autor— que leer Tío tombo es como encontrarse con un policía de la literatura que trata de mediocres a los críticos. Leerla es como sentarse donde doña Ceci a tomar y escuchar un payanés que tuerce a tal punto el lenguaje, que uno ya no sabe qué es cierto, qué es enserio, qué es chiste.
Anécdota tombística I
Cuando murió Dilan Cruz una amiga de Facebook, con quien de niños entrenamos baloncesto, escribió algo así: «Nadie habla de todos los compañeros que han destituido, de las familias que dependían de estos compañeros, de sus carreras injustamente interrumpidas por culpa de unos vándalos. Ellos solo defendían la ciudad de sus ataques. Se la pasan hablando de ese tal Dilan Cruz, pues hasta mejor que se murió: un vago menos». A mí me hirvió la sangre, le iba a responder hasta de qué se iba a morir, pero respiré hondo y dije: «nunca seré policía, nunca seré policía, nunca seré policía».
¿Qué tiene esto que ver con la novela? Ni idea, Rick, dime tú.
(Como diría Tío tombo si leyera este texto hasta aquí: «vení, dejate de posmogüevonadas y hablá de la novela, malparido». Y yo suelo ser obediente, entonces empecemos sin rodeos).
Portada
En la portada aparece la manga de un tombo con una cruz: alusión a la bandera de Popayán —la novela ocurre en esta ciudad y veredas aledañas—. La cruz representa el esfuerzo y el sacrificio por una causa que, según la alcaldía de Popayán, en un inicio era la religión: pararse duro por las creencias. No obstante, es paradójico que el símbolo del esfuerzo esté en la manga de un tombo holgazán, un jefe Górgory comiendo rosquillas, un corrupto ebrio.
Al mismo tiempo, tiene sentido que esa cruz esté en su manga, ya que Tío tombo, aun destituido, participa de la limpieza social. Resulta que Tío tombo se compró un fierro, pero en virtud y en defensa de la gente de bien, en suma, en defensa de las creencias y del sacrificio a estas. Nos cuenta su sobrino:
«Tío tombo tenía un puesto medianamente importante pero un día no quiso partir una plata y lo encochinaron, más de lo que estaba, para echarlo. Como en ese entonces la causa de Tío tombo era la justicia a favor de la gente de bien, pues se compró un fierro por ahí para quebrar al que jodiera en la vereda. Que yo sepa no hizo mucho con el fierro en ese tiempo, bueno, más allá de salir borracho en calzoncillos dizque a darle bala al diablo. Bueno, en la vereda decían que había matado a varios pero que como eran unos dañados que le hacían daño a la comunidad pues que era como si no hubiera pasado nada» (p. 24-25)2.
Título
En el título aparece la palabra chascarrillo, que según la RAE es una «Anécdota ligera y picante, cuentecillo agudo o frase de sentido equívoco y gracioso». También hallamos la disyunción inclusiva o: Aquellas pequeñas cosas o…. En la novela del XIX y en el Siglo del oro, los títulos de los libros y de sus apartados contenían esa o inclusiva que daba pistas, fungiendo como sintético resumen de la trama. Estamos frente a una narración que se sabe, desde su título, portadora de una historia menor; un chascarrillo picante y gracioso, ingenioso y ácido. Irónico, porque es ambiciosa e hiperbólica, todo lo contrario a una historia menor. Conoceremos las gestas y aventuras del Tío tombo en el ámbito de la corrupción, la prostitución, la pornografía y el crimen celebradas por la voz narrativa del sobrino, quien es un estudiante alcohólico, como su Tío que también cursó literatura y que venció al diablo tomando aguardiente.
Etiquetemos este trago
Si jugamos a poner etiquetas, diríamos que Tío tombo es una novela humorística y etílica, o como afirmó Adolfo Guerrero: «es una especie de novela picaresca que resulta ser una sátira sostenida de principio a fin»3. Y digo: etiquetemos este trago, porque Tío tombo en su finca monta un trapiche y se pone a producir «aguardiente del bueno. Chirrincho, Chapil, Chicorio, Chiquito» (p. 23). Me pregunto qué etiqueta le habrá puesto al guaro que fabricaba en su trapiche, quizá algún eslogan como: Chirrincho del Tío tombo, sírvalo pues, por ejemplo; o alguna vaina como: En esta vereda no somos egoístas, lo que sobra es bala y trago, hijueputa. Algo pintoresco en todo caso.
Relacionar Tío tombo con la picaresca es acertado y nos provee una guía para entender en qué tradición se inscribe esta novela, con la excepción de que los personajes no provienen de una condición marginal como es común en el género. Nada marginales son un ex guardián de la polis, millonario por tantos torcidos, y su sobrino que aprovecha la alcahuetería del tío para vivir enfiestado. Aunque es necesario precisar que el ex tombo sigue comportándose como tal, aunque haya sido destituido: porque un tombo no se hace, un tombo nace.
La sátira se evidencia en tanto el tono de burla está presente a lo largo de toda la narración. El Tío tombo posee un machismo acendrado y es un maldito loco de mierda con un arma (como muchos tombos por ahí). El sobrino ensalza todo el tiempo las ocurrencias y acciones del tío, pero es tan exagerada la voz narrativa que lo que dice no se puede tomar ni como una caricatura ni como una verdadera celebración del tío corrupto: crea una ambigüedad exquisita. Más bien, es una voz irónica puesto que comunica lo contrario de lo que se quiere decir, que en el fondo es una denuncia. Sergio afirmó en entrevistas4 que su intención era hacer una crítica a nuestros males culturales. Nos vemos en ese espejo y es el horror lo que vemos.
Anécdota tombística II
En pandemia me llevaron esposado a un CAI por salir a jugar baloncesto en plena cuarentena. Llegó una señora con su hijo, esposados también. El tombo le decía a la señora que iban a levantarle cargos por agresión a la fuerza pública. El cuento es que la señora mandó a su hijo por algo a la tienda, el chino se demoró, ella salió a buscarlo y lo encontró rotando entre sus amigos un bello y gigante bareto. Los tombos llegaron, los amigos escaparon, el joven se resistió y lo golpearon. La madre golpeó al joven, luego al tombo, que también la golpeó a ella. En fin. Ya en el CAI la señora le preguntó: «¿y a usted cuál cargo le van a levantar?», a lo que el tombo respondió: «yo tengo procesos abiertos con homicidio, con abogado y todo, y aquí estoy, ejerciendo, y cuando menos piense me pensiono, así que: ¿usted cree que por pegarle a usted me va a pasar algo?».
¿Qué tiene que ver esto con la novela?, Rick. No entender.
Estilo
Quisiera detenerme para comentar cómo fue la primera vez que supe de Sergio Muñoz, por medio de una amiga común. La poeta Daniela Prado suele grabar a sus amigos hablando en momentos que podrían perderse para siempre. Ella me mostró videos de sus amigos en Cali, de noche, hablando de literatura al calor de unas polas. En uno salía Sergio leyendo un poema donde aparecía una gallina. Luego me mostró otro fragmento donde Sergio hablaba del Lazarillo de Tormes. Supe del colectivo irreverente La silla renca y de Culo de guayabo, una editorial que fue una inspiración para quienes continuamos la labor.
La anécdota anterior la traigo a propósito del lenguaje. Culo de guayabo y el poema de la gallina fueron impresiones contundentes para mi yo de 19 años, que apenas estaba conociendo la poesía. Dejo el poema:
MetaFloroTexto
Afuera las gallinas y papá escarban en el piso
no están siendo equiparados o puestos al mismo nivel
Cliché crítico-estudiante-aprendiz-ajeno del lenguaje
las vocales repelladas
se cubren con cariño
de un solazo ni el hijueputa
esa capacidad ciega e indestructible
blindada
de asombrarse ante las cosas más maricas
mariítas
esa ingenuidad con buen esmalte
y un palo de limones y un salitral en su patio
lleno de goteras por las babosadas blancas
otros colores aparte
que mamá no escurrió
quéjense
quéjense
quejeso
una estigmatización
la separación de los roles según el género
ay sí
ay sí
el género de la queja
que irá a la vanguardia
hasta que no tenga en la retaguardia
en el culo pues
algo de qué quejarse
y entonces la opción será matar
porque habrás perdido los dos únicos sentidos que te quedan:
el de tus calles y el de este texto literario.
El desparpajo, el no tenerles miedo a las palabras, el crudo lenguaje puesto en la mesa. Eso percibí en el Sergio poeta, algo que también ocurriría en autores como Michael Benítez. Recuperar el habla del diario vivir, del pan comer. Palabras como gonorrea, chimba, malparido, parce, etcétera. De hecho, en el video donde Sergio hablaba del Lazarillo, mencionaba que esta novela utilizaba el decoro y la ruptura del decoro como estrategia humorística, algo que, guardando las proporciones, él mismo logra en su opera prima —ganadora del premio de la editorial Panamericana con ese nombre—.
Juan Lozano y Lozano en un prólogo suyo a una novela de Fernando Ponce de León, señalaba que estaba bien escrita, pero que le restaba mucho mérito la utilización de palabras vulgares. En otro polo, cabría recordar a María Marcedes Carranza cuando publicó su primer libro, intitulado Vainas y otros poemas. Habría que imaginar la cara de su padre cuando vio aquella palabrita —Vainas— en el título: la cara decepcionada de un viejo facho franquista, precursor del Piedracielismo, poeta de alta cultura, refinado, retórico, lírico, en último término: un tombo de la poesía.
Lo anterior nos da un contexto del estilo del Tío tombo. Es un estilo gestado desde hace varios años por Sergio Muñoz. La literatura colombiana, a veces tan casta, inmaculada y retrógrada, se ha visto oxigenada y contaminada por los autores nacidos en la década de los 90, que con desenfado y desvergüenza escriben sin policías mentales.
Esta novela (Tío tombo) sospecha de todo lo que suene grandilocuente e intelectual; se burla de la palabra interesante, del vocabulario pretencioso de los estudiantes de humanidades. Sin embargo, de nuevo emerge la ironía, ya que es una novela que entabla un diálogo directo con el formalismo ruso. Es una sofisticada novela que critica la sofisticación intelectual. Más paradojas, más psicología inversa. El Tío tombo utilizaba la noción de función constructiva del formalismo para hacer allanamientos, al punto de que calculaba qué lugar ocuparía el arma y cada elemento utilizado en la operación policial, en términos narrativos, como si un allanamiento fuera una obra literaria.
Tinianov en su texto El hecho literario, pone de patente que la literatura siempre se está desplazando. Lo que antes no se consideraban literario, por ejemplo, las malas palabras —que estaban proscritas por gente como Lozano— ahora son literatura; el centro de la periferia. Otro asunto que subraya Tinianov (y que a los formalistas rusos les interesaba) es la automatización. Cuando un principio constructivo en literatura se automatiza, la experiencia estética se empobrece. La desautomatización de la lengua, la ruptura y contaminación son las que generan el desplazamiento y vuelven al hecho literario algo vivo. En este caso, autores como Sergio desautomatizan la lengua al meterle habla popular y groserías al cien. A ver si la literatura deja de ser esas porcelanas burguesas y políticamente correctas que abundan en este país.
En un momento el sobrino —cuyo nombre no conocemos— se queda dormido y se sueña con el diablo de las provincias. Se pone a tomar con un cucho en una guarapera. Cuando se le cae el vaso del aguardiente y se agacha para recogerlo, ve que el cucho en lugar de pies tiene pezuñas y dice: «aaaah, vida gran hijueputa, los clichés me persiguen a todas partes» (p. 104). Acto seguido el diablo le responde: «Te vas a condenar, malparidito, por esas maricadas que escribís». También, en esta novela se opera una desautomatización de la lengua desde el humor de tío y el humor negro, que son una manera de reaccionar a los clichés tomándolos como objeto de burla.
Anquilosada, adocenada, la literatura colombiana se sentó en las rodillas de Sergio Muñoz y este la encontró despreciable y la injurió: «te voy exprimir esa gonorrea costumbre de hablar como un malparido cachaco de los años 50, a ver si dejás la maricadas», le dijo. Y la literatura empezó a desautomatizarse, como un gato que se estira después de una siesta larga. Y todos dijeron «gonorrea», y hubo paz y armonía. Y dios vio que era bueno y dijo: «gonorrea, qué chimba».
Spoiler final
La novela empieza con el sobrino enguayabado. Avanza hasta una parte donde él y Tío tombo se vuelven realizadores porno, llegando a rodar tres películas. Más adelante Tío tombo junto a un amigo sufren un accidente de tránsito, pero sus cuerpos no aparecen. Todos los creen muertos y velan a Tío tombo por seis días. No diré qué más pasa. Lo que sí puedo mencionar es que se beben cantidades industriales de alcohol, así como que hay fiestas, videojuegos y mujeres instrumentalizadas —pero recuerden que es ficción y que no deben criticar al autor tanto como la sociedad que permite estas prácticas patriarcales—.
Como cierre les invito a estar pendientes de la obra de Sergio y a leer la novela, se divertirán e indignarán. Además, conocerán un lenguaje vivo.
Cristian Camilo Garzón
Nació en Bogotá en 1997. Es estudiante de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Pedagógica Nacional. Ha publicado ensayos y crónicas en las revistas: Puesto de combate, LALT, La raíz invertida, Los hermanos Chang; también ha publicado microrelatos en antologías de la editorial Quarks y en la revista Plesosaurios de Perú. Actualmente codirige la editorial independiente Totuma Libros.
Referencias
- Un escenario crítico para la implementación del nuevo Código de Policía. En: obsdemocracia.org.
- Muñoz, S. (2021). Aquellas pequeñas cosas o el chascarrillo de Tío tombo. Panamericana editorial.
- Guerrero, A. (2021). Narrar desde el guayabo: “Aquellas pequeñas cosas o el chascarrillo de Tío Tombo”. El Espectador: https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/narrar-desde-el-guayabo-aquellas-pequenas-cosas-o-el-chascarrillo-de-tio-tombo/
- Entrevista en Canal Capital: https://www.youtube.com/watch?v=VcunedvJnHw
Nota al pie para los listillos y las listillas lingüistas: en el apartado donde menciono las metáforas, lo que estoy utilizando, estrictamente hablando, son metonimias o símiles. La diferencia estriba en que la metáfora busca la semejanza absoluta entre dos elementos. Ejemplo: «el corazón es un desierto», esto es una metáfora. Pero si digo: «el corazón es como un desierto», ya no es una metáfora sino metonimia o símil, porque es una comparación que distingue los elementos entre sí con el como, sin buscar semejanza absoluta como en la metáfora. Los ejemplos que planteo en este ensayo son en realidad símiles o metonimias. Lo que al autor le molesta es cuando se compara una metáfora con otra metáfora. Ejemplo: «el corazón es un desierto, dijo el poeta, y leerlo es sentir la sed de ese desierto y morir de sol», aquí hay una metáfora intentando explicar otra. Eso es lo que Sergio ve como algo cuestionable y problemático. Sin embargo, esto es muy largo de aclarar y preferí dejar los símiles que unos sobre otros componen esa confusión que Sergio cree que surge cuando se explica algo con una remisión a otra cosa. En últimas también lo dejo así porque yo pretendo hacer una pequeña defensa de la metáfora, no de la metonimia. Recurso retórico para salir ganando, claro.