Sobre Tucunaré, novela de Pablo Arciniegas
Por Cristian Garzón
¿Cuál es el enfoque? Imágenes se superponen como en una foto corrida, borrosa, desenfocada. ¿Qué es leer una novela sino implantarse un recuerdo que nunca tuvimos? Veo una Virgen con lágrimas de musgo a la orilla de un río; escucho un pájaro que canta en la selva talada —o más bien, escucho la cabeza arrancada de un indio convertida en el pájaro que conoce el destino—, grita: Ma-ko-ko, y escuchar ese canto en sueños es tener la muerte cerca. Huelo unas botas Brahma mojadas, con una pecueca brutal; la chucha de un español con un cuchillo de Laponia al cinto; un mote de queso podrido, ¿o es una paloma? Y siento, o quiero sentir que me chuzo el índice con un anzuelo antes de lanzarlo. Tomo agua sucia del río para que me diga dónde están los peces, como si saborear el agua fuera ver un mapa o una brújula, o escuchar la voz de un cuerpo desmembrado que nos dice dónde están sus partes.
Alguien dirá: pero qué carajos son todas esas imágenes, sonidos, sabores, tactos. No nos dicen nada. Estamos aquí esperando que nos hablen de un argumento, unos personajes, algo que emocione, una muerte trágica, un plot point. Algo que en definitiva me haga comprar y leer Tucunaré, la novela de Pablo Arciniegas. Pero insisto: ¿cuál es el enfoque de este texto? No sé.
Elementos de la selva
Contexto: la novela ocurre durante la apertura del Vichada luego de los Acuerdos de Paz. Una zona roja que en el presente de la narración se abre para permitir la pesca deportiva. Se espera que, por ser una zona no explorada en términos de pesca, se encuentren especímenes gigantes. Pero la sombra de los grupos armados persiste, con la amenaza siempre latente.
Argumento: un periodista viaja al Vichada a cubrir una expedición de pesca deportiva. No sabe nada del asunto y olvida cuál es el enfoque de la crónica que debe escribir para el periódico donde trabaja. Pierde el vuelo a Villavicencio. Le toca irse en taxi desde Bogotá. En el Vichada recorre el gran río, aprende a pescar, toma ron recordando las aceras desportilladas de Bogotá, fuma cigarros prestados, se preocupa por una coca del almuerzo que dejó pudriéndose en su oficina; cuando está a punto de cortarse con una caña de pescar, se entera de que cualquier herida en la selva es mortal porque los hospitales quedan a días de viaje.
Personajes: hay, en esa expedición, un periodista (el narrador), su compañero fotógrafo, latinoamericanos aficionados a la pesca deportiva, un enigmático español que huele a mierda, un indígena sikuani (Tito), el dueño del Tucunaré Lodge donde se hospedan: Alejandro. Entre otros, como los animales, por ejemplo, una pantera cachorra que rescatan dos policías del comercio ilegal de fauna salvaje. También hay cuerpos hechos pedazos (¿valen como personajes?). Dos indígenas piaroas que no saben hablar español. Un tábano que si te pica en el ojo toca sacarlo. ¿Y el territorio? ¿No es el río un personaje gigantesco y amorfo que se devora a los personajes chiquitos como ese profesor de la Javeriana, quien desaparece en sus fauces?
El narrador periodista
El periodismo: en dónde empieza la línea, en dónde termina. Nadie sabe. No hay tal línea que separe literatura y periodismo. Por eso la crónica que el personaje de Tucunaré tiene que escribir se desborda, es interminable. No le alcanzan las columnas de un periódico, necesita todas las páginas de Los detectives salvajes para verter los ríos de palabras chorreantes que lo ahogan.
Frente a la imposición expresa de no publicar un artículo periodístico sobre soldados argentinos caídos, Rodolfo Walsh desobedece, publica el artículo prohibido y escribe: “creo que el periodismo es libre, o es una farsa, sin términos medios”. ¿Cuál es el enfoque de la crónica que se propone el narrador de Tucunaré? Nunca sabemos con claridad, porque él tampoco lo sabe: cuenta un sueño donde se transforma en un Tucunaré pescado, friéndose y oliendo su propia carne rostizada. Si no es ese el enfoque, es decir, si no es narrar un sueño donde un hombre se convierte en pescado frito, ¿cuál es? Ser libre, no ser una farsa, ese podría ser el dichoso enfoque de su crónica. En suma, no hacer periodismo farsante.
El humor: te vas a reír, con esta novela prometo risas. “Es humor de tío borracho”, afirma Nicolás Peña. La torpeza, el desparpajo, lo escatológico, el humor negro. La imagen del personaje subiéndose a un árbol para agarrar señal. Chistes. Exageraciones como la de creer que en la coca abandonada dentro de la oficina ya hay vida alienígena por tanto tiempo que lleva el mote de queso allí abandonado. Como todo buen chiste, si lo explico ya no habrá risas, así que tendrías que leerla.
Estefanía Angueyra, quien presentó la novela, dijo que en ella: “todo era metáfora de algo más”. Quizá ese elemento hace que sea tan fantástica como real. En la escena del sueño, cuando el personaje se encuentra dentro del cuerpo de un pescado, aparecen unos hombres-pájaro que se lo llevan en una canoa al fondo de la selva e intentan violar a la Virgen con sus picos de carroñeros. ¿Quiénes serán esos hombres-pájaro? Adivina, adivinador. Más adelante, a bordo de la canoa entran en las fauces de un hipopótamo gigantesco, introducido por el narcotráfico en Colombia.
¿Cuál es el enfoque?
En esta reseña he saltado de aquí a allá buscando el enfoque. No lo logré. Sin embargo, quisiera que quienes la lean se vayan con sensaciones más que con anécdotas sueltas. Es un libro principalmente sensorial. Además de las imágenes del inicio de este texto, hay algo en esta novela que pide ser tocado, escuchado y olido.
Cuando un anciano indígena sikuani ve al pájaro Makoko en sueños, sabe que llegó su momento y, como los animales, se sube a su canoa para ir a morir en el centro de la selva. Con esa imagen quisiera volver a preguntar por el enfoque. Acaso, como Roberto Bolaño pedía de la poesía, esta novela es entrar en la oscuridad con los ojos abiertos. Como ese indígena en su viaje final; o como el español que huele a mierda cuando es mordido por un pez enorme que le arranca una pierna. ¿Cuál es el enfoque? Ir al corazón de las tinieblas.
(Anuncios comerciales: esta pausa para sugerirles que compren esta novela. Se consigue en Busca Libre y librerías nacionales).
Mi posible enfoque: 1. Beber agua de un río e imaginar, a partir del agua, todos los secretos de las profundidades. 2. Mostrarles mi experiencia. Para mí leer esta Tucunaré no fue asomarme al recuento de unas experiencias vividas por un periodista en la selva, para mí leerla fue vivir una experiencia en sí misma. Espero que algo de eso se quede con quienes llegaron hasta este punto.
Cristian Camilo Garzón
Nació en Bogotá en 1997. Es estudiante de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Pedagógica Nacional. Ha publicado ensayos y crónicas en las revistas: Puesto de combate, LALT, La raíz invertida, Los hermanos Chang; también ha publicado microrelatos en antologías de la editorial Quarks y en la revista Plesosaurios de Perú. Actualmente codirige la editorial independiente Totuma libros.