Reseña de El acontecimiento de Annie Ernaux
Por María del Rosario Acosta López*
“Es una escena que no tiene nombre, en la que la vida y la muerte se dan la mano”
(94)
Leer este libro de Ernaux es como entrar en el espacio de la escritura; un espacio que ella abre más allá de la singularidad de su relato, y también solo a partir de esa singularidad. Por un lado, no hay allí nada más que ella, sus recuerdos, su dificultad de asir la memoria en imágenes y de dejar ir a las imágenes a cambio de su memoria. Pero también, por el otro, están allí contenidas todas las historias que hablan – por no poder hacerlo, por haber sido acalladas – a través de su relato. La novela es entonces el espacio de la escritura de Ernaux pero es también, de alguna manera, el espacio de mi escritura, o la escritura como espacio que se abre para mi: como si su escritura lograra trazar los vínculos de esa comunidad a la que Ernaux hace referencia en su libro: mujeres “escritoras, artistas, heroínas (…) que componen una cadena invisible dentro de mi. Tengo la impresión de que mi historia es la de ellas” (41).
Lo que hay en común, lo que ata esta cadena invisible, creo yo, no es aquello que el relato recoge, sino la necesidad de tener que recogerlo, y la sensación que viene con ello: aquella sensación tan familiar a la escritura femenina de que el cuerpo representa a la vez, de manera paradójica, el límite y el único territorio posible para llevar a cabo la tarea. La escritura es, así, aquí, aquello que des-inscribe lo que se encuentra inscrito en el cuerpo: “Con frecuencia – escribe Ernaux – sigo teniendo la sensación de no poder ir suficientemente lejos en la exploración de las cosas, como si me retuviera algo muy antiguo (…) o algo vinculado a mi cuerpo, a ese recuerdo inscrito en mi cuerpo” (48). No puedo sino sentir que en este pronunciamiento se materializa una dificultad que me ata indefectiblemente a Ernaux, a su novela, al espacio que, con ella, se abre para mi – para muchas, para todas. La escritura femenina aparece justamente así, como el relato de ese límite: el límite material de un deseo que no se deja traducir enteramente en palabras, pero tampoco en pensamiento, y el límite de un cuerpo que no se deja traducir enteramente en escritura.
Pienso en Adriana Cavarero y su descripción de ese deseo, constitutivo, de escucharnos en la voz de otra, de escuchar nuestra historia narrada por alguien más. Ernaux se transforma en otra para narrarse, es otra quien desde el presente reconstruye una historia que le sucedió a alguien que ya no es ella. Por eso se busca, ella, la Annie de antes, en las notas escritas cuando todo ocurrió (mientras todo ocurría) y en la promesa albergada en lo que le “depara la escritura” (70): una promesa que se debate entre la producción del recuerdo para el que aún no existe un relato, y el riesgo de que con ello desaparezcan las imágenes del pasado. Entre lo uno y lo otro, “permanecer a la espera” (70) y acompañarla en ese tiempo estancado, “espeso”, “interminable” (46): esa es la tarea a la que nos invita Ernaux; o es, al menos, la sensación que me queda después de leerla – que es, de alguna manera, leerme, leerse en la voz y el cuerpo (la escritura aquí como cuerpo) de alguien más: “Ver con la imaginación o volver a ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura. Pero “vuelvo a ver” sirve para hacer constar por escrito el momento en que tengo la sensación de haberme reunido con la otra vida, la vida pasada y perdida” (59-60).
La escritura, parece pensarlo Ernaux, es así la única materialidad de la memoria (“la única y auténtica memoria es material” (69)). Solo escribiendo recuerda, y su recuerdo de este acontecimiento queda marcado por el ritmo de una escritura que acompaña el paso de su pensamiento; a la vez que su pensamiento interrumpe el paso del relato por su cuerpo, por la mano que escribe, por la voz que se escucha en las palabras inscritas: “he acabado de poner en palabras lo que se me revela como una experiencia humana total de la vida y de la muerte, del tiempo, de la moral y de lo prohibido, de la ley, de una experiencia vivida desde el principio al final a través del cuerpo” (114).
La escritura es la prueba, la única, de su verdad. Ernaux busca en su escritura la prueba última de que su testimonio es real: “esta imposibilidad de decir las cosas con otras palabras, esta unión definitiva de la realidad pasada y una imagen que excluye a todas las demás, me parece la prueba de que fue realmente así como viví el acontecimiento” (97). Porque su aborto está rodeado de la incertidumbre que produce el no haber tenido palabras entonces para haberlo pronunciado en toda su justicia, ni un mundo capaz de escucharlo en todo su horror (“Ni él [el médico] ni yo pronunciamos la palabra aborto ni una sola vez. Era algo que no tenía cabida dentro del lenguaje” (56)). El relatarlo, no obstante, confirma su “derecho imprescriptible de escribir sobre ello” (54) por haberlo vivido. La escritura es aquí la confirmación de ese derecho, y la prueba última de un derecho que se le había ido negado desde el silencio impuesto por la prohibición.
El cuerpo, que la escritura revela desgarrado, abierto, esculcado, expuesto, es entonces también un cuerpo que se fragmenta y recompone por la escritura misma, que lo retiene, lo teje en retazos, lo transforma en el proceso de vaciarlo (como vacían su vientre en el hospital tras el aborto); un vaciado que Ernaux compara con un momento de revelación, en el que el mundo está demasiado lleno de sentidos y ella vacía de palabras para expresarlo: “por un lado estaban los seres y la cosas que significaban demasiado, y por otro lado las palabras que no significaban nada” (107). El libro es así también el relato de cómo el cuerpo retorna al espacio de la escritura, donde al ser dicho se recupera al deshacerse, se hace inteligible al “disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros” (115). Ernaux pierde el poder sobre su texto – que queda expuesto como su cuerpo en el hospital (97) – pero lo gana de regreso sobre su voz.
*María del Rosario Acosta López es doctora en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia y actualmente Profesora Titular en la Universidad de California, Riverside, en el Departamento de Estudios Hispánicos. Sus temas de trabajo son la estética y la filosofía del arte, y la filosofía política y contemporánea, con énfasis en la pregunta por la historia y la memoria en contextos de justicia transicional. De pronta aparición está su libro más reciente, Gramáticas de lo inaudito: pensar la memoria después del trauma (Editorial Herder) y la compilación Justicia Transicional en Colombia: una mirada retrospectiva (Editorial Planeta).
Una respuesta
Dan en el blanco! Adelante!